viernes, 20 de febrero de 2009

Pasto: Trailer

PASTO: PELÍCULA URUGUAYA QUE ABRE DEBATE SOBRE LA LEGALIZACIÓN DE LA MARIUANA


(EFE) La legislación en materia de drogas vuelve a ser un espinoso tema de debate en Uruguay con el estreno de la película "Pasto", la ópera prima de dos cineastas locales que reivindican "la libertad" del cultivo y consumo de marihuana.

Así lo manifestó en declaraciones a Efe uno de los directores, Valentín Macedo, quien aseguró que el filme -rodado en Uruguay, Bolivia y Holanda- "es político, pero no partidario o de filiación", y "se centra en la libertad, no tanto en la legalización en sí misma".

"Es una película porrera, no lo voy a negar", afirmó el cineasta, que advirtió de que la cinta, codirigida por Martín Presente, "no habla de la legalización desde un punto de vista científico ni pretende ser el único discurso válido".

El consumo de cannabis y el autocultivo definen el argumento de "Pasto", una mezcla de ficción y testimonios reales obtenidos "a bocajarro", indicó Macedo.

Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la marihuana es la droga más consumida en seis países suramericanos, entre ellos Uruguay, que ocupa el segundo puesto en el uso de cocaína, tal y como reveló ayer en Viena la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas.

Al reciente preestreno de "Pasto" en Montevideo acudieron autoridades como el secretario general de la Junta Nacional de Drogas (JND) de Uruguay, Milton Romani, o la directora del Portal Amarillo -un centro público de la capital donde se atiende a personas con problemas de adicción-, Susana Grunbaum.

Ambos intervinieron en el debate que siguió a la proyección del filme, que plantea "una guerrilla semántica" para "evitar ciertos clichés o lugares comunes" asociados al consumo de droga, indicó Macedo.

El cineasta criticó "la hipocresía" de que en Uruguay "sea legal el consumo pero no la producción, porque ¿cómo surge ese material? ¿Del aire?".

El secretario de la Junta Nacional de Drogas (JND) de Uruguay, Milton Romani, explicó a Efe que la ley prohíbe el cultivo de marihuana, pero "no penaliza la tenencia para el consumo personal de cualquier tipo de droga".

Romani invitó a los creadores a "reflexionar más allá del derecho individual a consumir" para afrontar "el compromiso social con quienes tienen problemas con la marihuana y otras drogas".

La directora del Portal Amarillo de Montevideo, que cada semana atiende a unas trescientas personas entre pacientes con problemas de adicción y familiares, Susana Grunbaum, achacó al "individualismo" el argumento de muchos jóvenes de "déjennos consumir, es nuestro derecho".

Aunque se mostró de acuerdo con la legalización del cultivo y la venta de marihuana, pues sus consumidores "se exponen a círculos peligrosos", Grunbaum subrayó la necesidad de una "acción colectiva de distintos estamentos sociales" basada en "el debate sobre estos temas, pues ahí puede surgir el consumo responsable".

En las últimas horas, varios precandidatos a la Presidencia se mostraron favorables a abrir el debate sobre el cultivo y el consumo de marihuana. Tanto los frenteamplistas José Mujica, Marcos Carámbula y Danilo Astori, el colorado Luis Hierro y  el independiente Pablo Mieres dijeron en las últimas horas que habría que despenalizar, o al menos considerar la discusión sobre el tema.

jueves, 19 de febrero de 2009

FATALIDAD DE NO SENTIRME ARREPENTIDO

Será que no funciona la terapia?

Quito Septiembre: COMO APRENDER EL ARTE DE OLVIDAR Y GOZAR....

Ale Gutierrez, en Ginebra.
El audio es bueno, la imagen calidad YouTube... pero el archivo valioso, para los que quitamos Septiembre.

LA MUSICA EN CUBA

Este señor hacia bailar a los jóvenes del 70.


Este señor fue entre otras cosas, uno de los primeros cantante de los Van Van. Hoy su hijo, tambien alli canta: "Bendito que me diste la fe.... pa cantar como va,,,, pa cantar con é".


Les dejo con el Lele, sus recuerdos que ya son los nuestros. No dejen de ver el look de la época, y algún que otro personaje que sale preguntando...

PRESUNTO PARRICIDA EL ABOGADO DE MADRES DE PLAZA DE MAYO

Comentario publicado en Clarin el 27-Marzo-1998

Por EDUARDO PARISE. De la Redacción de Clarín

La historia empieza como si fuera una escena pensada por Quentin Tarantino para su película Tiempos violentos: el portero de un edificio descubre que, desde el baúl de un auto estacionado sobre una avenida, un hilo de sangre gotea sobre el asfalto. Entonces llega la Policía y encuentra, en dos bolsas de nailon, los cadáveres de una pareja. 

No se trató de una ficción: el hecho ocurrió en la tarde del 3 de junio de 1981; el auto era un Dodge Polara estacionado en la avenida Coronel Díaz al 2500, en Buenos Aires, y los cadáveres eran el ingeniero Mauricio Schoklender y su esposa Cristina Silva. Semejante hallazgo, en pleno Barrio Norte -una zona de buen nivel- conmovió a los argentinos. 

Eran tiempos de dictadura militar y ese hecho sangriento alteraba la paz de los cementerios impuesta por el terrorismo de Estado, que no sólo había terminado con la guerrilla sino con cualquier intento de resistencia a su autoritarismo. Después de un proceso en donde las dudas no estuvieron ausentes, la Justicia determinó que los autores del crimen habían sido Sergio y Pablo Schoklender, los hijos varones de la pareja. 

Y aunque ellos después negaron su responsabilidad, para la Justicia todo se desarrolló el 30 de mayo de 1981, luego de que el matrimonio, junto con sus hijos Sergio, Pablo y Valeria, volvieran de festejar el cumpleaños número 23 del hijo mayor de los Schoklender. Ya en el departamento donde vivían (en 3 de Febrero 1840, del barrio de Belgrano), el ingeniero y su hija se fueron a dormir. Después lo haría Cristina Silva quien, dicen, había tomado mucho. Para entonces, sus problemas con el alcohol eran algo serio. 

Según la investigación judicial, Pablo odiaba a su madre porque ella, entre otras cosas, le había hecho propuestas incestuosas. Los demonios se soltarían ya entrada la madrugada. Los investigadores dijeron que Pablo despertó a su hermano y empezaron a discutir sobre la posibilidad de matar a sus padres. También dicen que la madre escuchó las voces, se levantó y fue hasta la cocina. Allí fue cuando Pablo la golpeó en la cabeza con una barra de hierro y Sergio la remató estrangulándola con una soga. Al padre, lo mataron en la cama, también con el hierro y la soga.El hallazgo llegaría con la escena del auto goteando sangre. En ese momento, Sergio ya le había pedido 5000 dólares prestados a un amigo de su padre y, junto a Pablo, habían buscado refugio en Mar del Plata. Pero la Policía los tenía en la mira. 

Al mayor lo detuvieron en la localidad de Cobo, cerca de Mar del Plata; Pablo había llegado un poco más lejos: lo capturaron en Ranchillos, Tucumán. Desde la noche negra del crimen apenas habían pasado cinco días. La primera versión de Sergio buscó proteger a Pablo y el mayor de los Schoklender cargó sobre sus espaldas toda la culpa. 

Pero cuando ya estaba en la cárcel, contó otra versión: Mi padre se dedicaba al tráfico de armas y el crimen lo cometió un comando. Su hermano apoyó esta teoría. Pero la primera versión pareció tener más peso y, el 12 de marzo de 1985, la jueza Martha Lopardo condenó a Sergio a prisión perpetua y absolvió a Pablo, que quedó libre. Sin embargo, la falta de mérito para el menor de los hermanos duraría un poco más de un año: el 7 de abril de 1986, la Cámara de Apelaciones cambió la absolución por perpetua y pidió su captura.

Lo agarraron recién el 14 de mayo de 1994 en Bolivia. Su nuevo nombre era Jorge Velásquez, un comerciante argentino radicado en Santa Cruz de la Sierra. Se había casado y, aunque en ese momento estaba separado, tenía una hija. La pista para su detención llegó porque había emitido un cheque sin fondos y estaba preso. Apenas lo liberaron, Interpol lo detuvo: volvía a ser Pablo Schoklender. 

Pablo todavía sigue en la cárcel, cumpliendo su condena. Sergio, en cambio, después de pasar 14 años preso salió en libertad condicional el 28 de noviembre de 1995: lo benefició la aplicación de una ley que computa como dobles los años en que estuvo detenido y sin condena. 

En la cárcel, Sergio estudió Derecho y Psicología; sus títulos de abogado y psicólogo son hoy dos de sus orgullos. En tanto que abogado ya le tocó defenber a los hermanos Da Bouza, ambos acusado de matar a su padre. 

Pero se niega a hablar del crimen por el que lo condenaron. De eso sólo hablaré cuando Pablo pueda salir, suele decir, como queriendo sepultar aquella pesadilla.

A la fecha de hoy 23 de enero del año 2009, muchas cosas ocultas están empezando a salir a la luz y a quedar en evidencia que los verdaderos asesinos fueron personas ligadas al ex almirante Massera en la última dictadura militar, debido a negocios en la compra y venta de armamento militar.

LA CARA FEMENINA DE UN PAÍS ROTO

Por soitu.es
Seguramente mañana hayamos olvidado sus nombres, e incluso sus rostros.
Pero más difícil será olvidar sus miradas, en la que se mezclan los recuerdos de la violencia pasada, que se ha cebado especialmente con ellas, con el miedo y la esperanza ante un futuro incierto en República Democrática del Congo

El fotógrafo Finbarr O'Reilly ha retratado la cara femenina de un país del que sólo oímos hablar cuando estalla una guerra. Lamentablemente, esto ocurre muy a menudo.

LO QUE SIEMPRE QUISO SABER DEL OSCAR

Por si alguna vez te preguntas cosas como: ¿Cuánto ha durado el discurso más largo? ¿Quién ha sido el ganador más joven?

Aquí  lo contamoentan.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Teaser trailer de 'Los abrazos rotos' la nueva de Almodóvar

Sin dudas, su estilo se perfecciona y yo encuentro más énfasis en la estetica que en el melodrama
Esperemos....
Se estrena 18 de marzo
La película nace de una foto tomada en 1999, donde se veía a una pareja abrazándose en la playa de Lanzarote.
La historia gira en torno a un escritor que recuerda el accidente en el que perdió la vista y la mujer que amaba.

LA CAPACIDAD METAFÓRICA ES EL PRIMER REQUISITO DEL TALENTO

La ciencia, a medida que va irrumpiendo en la cultura popular, ofrece respuestas a las mujeres y los hombres de la calle, que antes debían buscar en los protagonistas del pensamiento dogmático o en los brujos. La búsqueda del talento y la creatividad es un buen ejemplo.

¿Han oído hablar de la capacidad metafórica? Es el primer requisito del talento; la especie humana se supone que lo desarrolló hace unos cincuenta mil años. El primer día que uno de los homínidos cazadores recolectores exclamó “¡Mi hijo es más fuerte que el hierro!” estaba activando un don insospechado de mezclar dominios cerebrales distintos como el biológico –el hijo– con el dominio, hasta entonces separado, de los materiales –en este caso, el hierro–.

Cincuenta mil años después, los catedráticos utilizan una palabra para el mismo don: multidisciplinariedad. Sin ejercicio del poder metafórico o multidisciplinar no hay talento que valga.

En el cerebro existen unos circuitos por donde se activan los llamados inhibidores latentes. Las personas a quienes les funcionan adecuadamente pueden leer una novela en un tren abarrotado de gente. Se inhiben del mundanal ruido y pueden concentrarse en la lectura de la novela. Igual ocurre con los enamorados. En este caso, sus inhibidores latentes les funcionan demasiado bien, hasta tal punto de que se abstraen de todo lo demás y sólo pueden concentrarse en los supuestos atributos de la amada o el amado. Sirve de poco alertarlos de peligros reales sobre la conducta del ser amado. Sólo ven sus virtudes y se inhiben del resto.

Sin inhibidores latentes como éstos, es decir, aquellos que permitan asimilar información o conocimientos procedentes de lugares dispares, como ocurre con los artistas, no hay talento que valga.

¿Hay que decidir con el corazón o con la razón? Durante mucho tiempo se creyó que el talento era el fruto de una reflexión. Nunca se habían analizado científicamente los mecanismos intuitivos. La intuición no se consideraba siquiera conocimiento. No te podías fiar de la intuición. Más tarde, el análisis científico demostró que gran parte de la historia de la evolución transcurrió a golpe de intuición. Cuando no había tiempo para ponderar distintos factores, se tomaban decisiones intuitivamente; y la verdad es que, poco a poco, se pudo constatar que el margen de error en los procesos automatizados no era mayor, sino todo lo contrario, que el de los procesos discriminatorios, cuando había tiempo para pensar.

En los últimos años, la ciencia ha ido más lejos y ha llegado a la conclusión de que, en determinados casos, es mucho más segura la intuición que la razón. ¿Cuándo? Cuando no se dispone de toda la información necesaria. En muchas ocasiones, menos información es mejor que mucha información. Un ejemplo: ¿qué población tiene más habitantes, Toledo o Guadalajara? Si la pregunta se hace a españoles, que sobre este particular tienen bastante información, la opinión estará muy dividida. Si la misma pregunta se hace a ciudadanos franceses que han oído hablar de Toledo alguna vez estudiando la historia, pero poco más, el porcentaje de aciertos en las respuestas será, con toda probabilidad, más cercana a la realidad: Toledo.

El talento depende, por último, del coeficiente intelectual. De lo listo que sea uno. Eso es lo que se había creído siempre. Pues es falso. Resulta que el mejor jugador de hockey sobre patines lo es porque le ha dedicado al tema un promedio de diez mil horas. Lo mismo que el primer jugador de baloncesto del mundo. Lo mismo que Bill Gates a la programación de ordenadores. Sin dedicación y esfuerzo no hay talento que valga.

martes, 17 de febrero de 2009

CINE FRANCÉS: PARLE-MOI DE LA PLUIE

tomado de cine y letras

Este invierno es frío; tanto, que todo el mundo habla del tiempo, de la lluvia que no deja de caer, de la nieve que llega sin previsiones acertadas. Un tiempo que obliga, ineludiblemente, a hablar del cambio climático.

Al fin y al cabo, el tiempo atmosférico siempre es la excusa para iniciar o mantener una conversación. En contraste, el tiempo de la vida es efímero, y no nos permite reaccionar ante acontecimientos evidentes.

En este sentido, me sorprendió Háblame de la lluvia (Parlez-moi de la pluie), de Agnès Jaoui, una comedia costumbrista, muy actual, sincera y directa. Lo que narra no se aleja de la cotidianidad, y sin embargo, deja un margen a la sorpresa, como sucede en los mejores relatos de iniciación y autodescubrimiento.

Una eventualidad familiar sirve para desencadenar reacciones individuales adormecidas a lo largo de los años. En este caso, se trata del reencuentro de Agathe (Angès Jaoui) y su hermana Florence (Pascale Arbillot). Los suyos son dos modos de vida muy diferentes, que apuntalan el estilo de ambas, y también todo un cúmulo de sentimientos: contradictorios, sí, pero plasmados con realismo.

La afectividad sirve de la clave narrativa. Agathe se distanció de su lugar de nacimiento porque no lo soportaba. Florence se aferró a él y consiguió sobrevivir en esa pequeña ciudad. Sus vínculos se extienden hacia Minouna (Mimouna Hadji), la guardiana de la finca, y su hijo Karim (Jamel Debbouze), recepcionista de hotel y aprendiz de cineasta, quien se relaciona con Michel Ronsard (Jean-Pierre Bacri), un conocido documentalista venido a menos.

Agathe y Florence tienen que ordenar lo que su madre dejó tras su muerte. Su visión de la infancia y juventud refleja los caminos que ambas han seguido y la determinante influencia de su madre en su educación.

A modo de metáfora, las fotografías guardadas en una caja metálica transmiten antiguos recelos, y confirman el predominio de una sobre otra.

Karim no entiende por qué su madre continua trabajando para la familia como si fuera una criada. Está ilusionado con el documental que quiere hacer con Michel sobre Agathe, una mujer triunfadora metida en política. Lo que Karim desconoce es que Michel ya no es el gran director que fue en otro tiempo.

Cuando se compone un fresco humano como éste, los decorados resultan anecdóticos: interesan en mayor medida el diálogo, las inquietudes, los roces y vivencias interiores.

El encuentro de todos estos personajes va definiendo perfiles humanos que tienen un valor universal. De hecho, no hay nada en esta película francesa que resulte ajeno a cualquier espectador de otro país.

En Háblame de la lluvia queda de manifiesto que la cultura no sirve para convertir a una persona en espejo de virtudes. Cada quien, como se suele decir, afronta los problemas –sean sociales, económicos o íntimos– como mejor puede.

En ocasiones, como se advierte en Agathe, una personalidad fuerte oculta un alma debilitada por las contrariedades. No tener tiempo para pensar en las cosas más sencillas deriva en esa frustración que surge al no conseguir lo deseado, al abandonar un sueño, al perder la emoción de las pequeñas cosas. Todo ello, además, se entiende como una gran injusticia, y en definitiva, plantea un sólido argumento que permite cargar de culpa a los demás.

Ya ven cómo acaban disfrazándose las debilidades.

Ante ese chantaje emocional de Agathe, la respuesta de Florence es comprensiva, lo que no se ajusta realmente a los hechos. Es más: no siempre tienen que ser los otros quienes den el paso y muestren su apoyo a una personalidad como la de Agathe.

He aquí la lectura más profunda que admite Háblame de la lluvia: la evolución en la manera de pensar no sólo llega con la edad, sino que implica una actitud fuerte para decidir lo que uno quiere. El problema es la indefensión afectiva en la que muchas personas se encuentran. Quizás por su educación, no son capaces de dar el paso necesario para salir de la rutina, renunciando a otros alicientes.

Es el caso de Florence. Ella puede estar de acuerdo con lo que piensa su hermana sobre el papel de la mujer, pero le resulta difícil escapar del círculo en el que la ha encerrado su marido. No despide a Mimouna porque es como su madre. Se va a la cama porque su esposo no puede dormir si ella no le acompaña. Es sumisa, como Mimouna o como, en el fondo, lo es la propia Agathe.

Sin duda, Háblame de la lluvia es un filme bello, sencillo, emotivo, realista, chispeante en sus diálogos. Llega a ser soberbio en algunas situaciones –la entrevista rodeada de ovejas, el coche en la cuneta, la charla con el agricultor, el juego con la hormiga…– y mantiene un nivel excelente en su conjunto.

(Copyright © Emilio C. García Fernández) 

HAVANA CLUB PREMIUM: CUBA BARREL PROOF

Ron de aspecto ambarino, con aromas a caramelonuez tostadaespecias tabaco. Con mucho y cuerpo y sabor a caramelo oscurocacaocafétabaco dulce especias agridulces.Se bebe lentamente, solo o con hielo. Este Ron luego de ser envejecido, es trasladado a barricas más jóvenes, para acentuar su sabor a roble, tiene un volumen alcohólico de 45º.

Fuente: www.havana-club.com

El criterio de un especialista.

Hacía tiempo que no probaba un licor que traía tantos buenos recuerdos a través de sus aromas. La última vez que probé caté algo similar, en cuanto a características, potencia, creo que fue cuando os traje el Bourbon de Maker´s Mark. Pero hoy se trata de un ron bastante extraño en nuestras licorerías o coctelerías, el Havana Club Cuban Barrel Proof. Qué en palabras del maestro ronero Don José Navarro se trata de: Un ron unico que transporta directamente a nuestras antiguas bodegas de añejamiento"

Y la verdad que sí. Todas las sensaciones que aporta, vista, aromas, tacto con la boca y gusto hacen sentir como si te transportaras directamente al momento en el que sacan el ron directamente de la barrica para introducirlo en las botellas.

La peculiaridad del ron elaborado en cuba lo hace el método de añejamiento, además del clima y la caña de azúcar de la isla. Sin duda alguna no se puede hablar de un solo ron, hay que hablar de rones y en cada lugar se utiliza un método distinto.

En el caso del Havana Club Cuban Barrel Proof tenemos un ron de 45º, algo sumamente distinto al resto de rones que se obtienen con 40º. Esto se consigue a través de la selección de rones añejados en barriles que constituirán la mezcla final para introducir en la botella. Una mezcla que se vuelve a añejar en barriles de roble jóvenes, pero utilizados anteriormente para conseguir Bourbon.

Lo primero como en (casi)todas las catas es aproximarse al líquido a temperatura ambiente, aunque a la hora de tomarlo seguramente nos decantaremos por hacerlo con hielos o en el algún coctel o combinado bien frío. 

El color del Havana Club Cuban Barrel Proof es muy similar a otros rones añejados con tonos ámbar suaves y brillos bastante buenos que invitan a seguir catando. Además es muy limpio a simple vista y se observa una gran melosidad del dulce de la caña de azúcar. Ya que una vez movida la copa se puede observar incluso un par de minutos después la marca dulce que deja el ron en la copa.

La verdad que no hace falta agitar excesivamente la copa para pasarla por lanariz. De hecho aconsejo no hacerlo porque despiertas los 45 º de alcohol y no es muy agradable. Con la copa bien parada se aprecian aromas del añejamiento en barricas de bourbon, de ahí los toques a aromas de vainilla, toffee y especias tostadas. Y como no podía ser menos al tabaco de un buen puro cubano.

El gusto es tal vez lo más difícil de apreciar. Lo mejor es un sorbito muy pequeño y pasarse el ron paseándolo por la lengua de un lado a otro. Todos los sabores que se encuentran son dulces, caramelos fuertes (más que rubios) y sensaciones muy fuertes debido a la potencia aromática que desprende.

Lo mejor para beber el Havana Club Cuban Barrel Proof es solo con hielos, rebaja notablemente los efectos del alcohol. Y se disfruta de una manera increíble.

OTRAS FORMAS DE RELATO PERIDÍSTICO

Lo cierto es que cuando nos preguntamos acerca de la importancia de la revolución digital, no se trata probablemente tanto de determinar si ésta deja atrás la invención de la imprenta o la introducción de la escritura. Tiendo a creer que sí, pero admito de buena gana que tengo mis dudas. 


Considero que lo que está en juego parece más bien situarse en el nivel del relato, de la narración, de aquello que, desde siempre, permite a los seres humanos transmitir sentido y que los norteamericanos denominan 'story telling'.

Me pregunto si en el ámbito del periodismo, en todo caso, no estaremos empezando a asistir a un cambio radical: la reseña en forma de flujo junto a la estructura clásica de las historias.

Actualmente, los acontecimientos 'en vivo y en directo' se cubren a través de micromensajes bajo el modelo de Twitter, como hemos podido comprobar en el caso de los atentados de Mumbai, o en LePost.fr, en las elecciones a primer secretario del partido socialista francés.

Antes que leer los artículos estructurados con un comienzo, un desarrollo intermedio y un desenlace, nos sumergimos con mayor o menor fascinación en un 'aluvión' de noticias, todas fragmentarias y cada una de una sola pieza.

De este modo pasamos de Aristóteles, maestro del relato clásico, a Heráclito, filósofo de los flujos y el cambio. En lugar de encomendar a quien habla el ocuparse de proponernos un sentido, lo extraemos nosotros mismos, al hilo de nuestra lectura.

En septiembre del pasado año, Jeff Jarvis pudo sostener que el artículo, piedra angular (building block) del periodismo, debía dar paso al 'tema' (topic), un tema actualizado y seguido de forma acumulable.Estas dos nociones no son incompatibles. 

Y, sin embargo, me pregunto si no deberíamos ir más allá e introducir esta noción de 'relato en flujo' sin desarrollo intermedio, donde el principio y el fin vienen impuestos por hechos externos.

lunes, 16 de febrero de 2009

NI DE AQUÍ NI DE ALLÁ: A Mí, ME SIRVE EL SAYO

.. Y cuando llegue la cuenta
Con soledad la he pagado
No hay beneficio sin precio
ni por venir sin pasado

LA LITERATURA CUBANA QUE HEREDAMOS DE LOS SESENTAS

A esta noveleta llegué por un amigo escritor que conoció a Guillermo. Creí que era un desconcido y atormentado escritor del exilio que hizo abortar su talento a cambio de su vida.

Después, cuando leí esta, su menos desconocida obra, supe que Guillermo era uno de esos jóvenes escritores de los sesentas que quedaron atrapados entre ser consecuentes con su talento y obedientes con su destino.

Boardin Home , en enero de 1987, fue premiada por Octavio Paz en el concurso Letras de Oro. 

Ese momento fugaz fue el único reconocimiento literario que recibió en vida y, al contrario de lo que podría esperarse, no le abrió nuevas posibilidades en el mundo editorial. 

Discapacitado por la esquizofrenia para trabajar, pobre y olvidado, tuvo que consolarse con escasos lectores: los amigos que lo visitaban en su modesto apartamento del noreste de Miami, donde se suicidó. La noveleta fue editada por la editorial Siruela en 2003 bajo el título La casa de los naúfragos, y, en 2004, en francés, por Actes/Sud, con el título Mon ange ( Mi ángel) .

Lamentablemente el propio autor destruyó la mayor parte de su obra. 

Guillero Rosales , salió de La Habana rumbo a Madrid a los 33 años, en julio de 1979, y pudo llegar a Miami en enero de 1980. Estaba dispuesto a continuar su obra fuera de la Isla... 

Volviendo a los 60' conviene recordar su novela "Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección", que él recitaba de memoria. 

En 1968 resultó finalista del Premio Casa de las Américas y obtuvo -por unanimidad- la recomendación de ser publicada, pero ¡nunca lo fue! 

Solo llegó a las librerías de Miami en 1994, donde se publicó postumamente bajo el título de "El juego de la viola". 

Dejó además su último libro ¡inedito! "El alambique mágico" (...y los editores durmiendo en los laureles de los "Best sellers" comerciales. Si, esos de las portadas a todo color). 


Boarding home de Guillermo Rosales (FRAGMENTO)

La casa decía por fuera “boarding home", pero lo sabia que sería mi tumba. Era un de esos refugios marginales a donde va la gente deshauciada por la vida. Locos en su mayoría. Aunque, a veces, hay también viejos dejados por sus familias para que mueran de soledad y no jodan la vida de los triunfadores.

―Aquí estarás bien -dice mi tía, sentada al volante de su Chevrolet último modelo―. Comprenderás que ya nada más se puede hacer.

Entiendo. Casi estoy por agradecerle que me haya encontrado este tugurio para seguir viviendo y no tener que dormir por ahí, en bancos y parques, lleno de constras de mugre y cargado de bultos de ropa.

―Ya nada más se puede hacer.

La entiendo. He estado ingresado en más de tres salas de locos desde que estoy aquí, en la ciudad de Miami, a donde llegué hace seis meses huyendo de la cultura, la música la literatura, la televisión, los eventos deportivos, la historia y la filosofía de la isla de Cuba. No soy un exiliado político. Soy un exiliado total. A veces pienso que si hubiera nacido en Brasil, Venezuela o Escandinavia, hubiera salido huyendo también de sus calles, puertos y praderas.

―Aquí estarás bien ―dice mi tía.

La miro. Me mira duro. No hay piedad en sus ojos secos. La casa decía "borading home". Es una de esas casas que recogen la escoria de la vida. Seres de ojos vacíos, mejillas secas, bocas desdentadas, cuerpos sucios. Creo que sólo aquí, en los Estados Unidos, hay semejantes lugares. Se les conoce también con el nombre de homes, a secas. No son casas del gobierno. Son casas particulares que cualquiera puede abrir siempre que saque una licencia estatal y pase un curso paramédico.

―...un negocio como otro cualquiera -me va explicando mi tía-. Un negocio como una funeraria, una óptica, una tienda de ropa. Aquí pagarás trescientos pesos.

Abrimos la puerta. Allí estaban todos. René y Pepe, los dos retardados mentales; Hilda, la vieja decrépita que se orina continuamente en sus vestidos; Pino, un hombre gris y silencioso que sólo hace que mira al horizonte con semblante duro; Reyes, un viejo tuerto, cuyo ojo de cristal supura continuamente una agua amarilla; Ida, la gran dama venida a menos; Louie, un yanki fuerte de piel cetrina, que aúlla constantemente como un lobo enloquecido; Pedro, un indio viejo, quizás peruano, testigo silencioso de la maldad del mundo; Tato, el homosexual; Napoleón, el enano; y Castaño, un viejo de noventa años que sólo sabe gritrar:"¡Quiero morir! ¡Quiero morir! ¡Quiero morir!".

―Aquí estarás bien -dice mi tía―. Estarás entre latinos.

Avanzamos. El señor Curbelo, dueño de la Casa, nos está esperando en su buró. ¿Me dio asco desde el principio? No lo sé. Era gordo y fofo, y vestía un ridículo atuendo deportivo rematado por una juvenil gorrita de pelotero.

―¿Éste es el hombre? ―pregunta a mi tía con una sonrisa.

―Éste es -responde ella.

―Aquí estará bien -dice Curbelo―, vivirá como en familia.

Mira el libro que llevo debajo del brazo y pregunta:

―¿Te gusta leer?

Mi tía responde:

―No sólo eso. Es un escritor.

―¡Ah! ―dice Curbelo falsamente asombrado―. ¿Y qué escribes?

―Mierdas -digo suavemente.

―¿Trajo las medicinas? ―pregunta entonces Curbelo.

Mi tía las busca en su cartera.

―Sí -dice―, Melleril. Cien miligramos. Debe tomar cuatro al día.

―Bien ―dice el señor Curbelo con semblante satisfecho―. Ya lo puede dejar. Lo otro es asunto nuestro.

Mi tía vuelve a mirarme a los ojos. Creo ver, esta vez, una asomo de piedad.

―Aquí estarás bien -asegura―. Ya nada más se puede hacer.

Mi nombre es Wiliam Figueras, y a los quince años me había leído al gran Proust, a Hesse, a Joyce, a Miller, a Mann. Ellos fueron para mí como los santos para un devoto cristiano. Hace veinte años terminé una novela en Cuba que contaba la historia de un romance. Era la historia de un amor entre un comunista y una burguesa, y acababa con el suicidio de ambos. La novela nunca se publicó y mi romance nunca fue conocido por el gran público. Los especialistas literarios del gobierno dijeron que mi novela era morbosa, pornográfica, y también irreverente, pues trataba al Partido Comunista con dureza. Luego me colví loco. Empecé a ver diablos en las paredes, comencé a oír voces que me insultaban, y dejé de escribir. Lo que me salía era espuma de perro rabioso. Un día, creyendo que un cambio de país me salvaría de la locura, salí de Cuba y llegué al gran país americano. 

Aquí me esperaban unos parientes que nada sabían de mi vida, y que después de veinte años de separación ya ni me conocían. Creyeron que llegaría un futuro triunfador, un futuro comerciante, un futuro playboy; un futuro padre de familia que tendría un casa llena de hijos, y que iría los fines de semana a la playa y correría buenos carros y vestiría ropas de marca Jean Marc y Pierre Cardin; y lo que apareció en el aeropuerto el día de mi llegada fue un tipo enloquecido, casi sin dientes, flaco y asustado, al que hubo que ingresar ese mismo día en una sala psiquiátrica porque miraba con recelo a toda la familia y en vez de abrazarlos y besarlos los insultó. Sé que fue un gran chasco para todos. Especialmente para mi tía que esperaba una gran cosa. Y lo que llegó fui yo. Una vergüenza. 

Una mancha terrible en esa buena familia de pequeños burgueses cubanos, de dientes sanos y uñas pulidas, piel rozagante, vestidos a la moda, ataviados con gruesas cadenas de oro, y poseedores de margníficos autos último tipo y casas de amplios cuartos con aire acondicionado y calefacción, donde no falta nada en la despensa. Ese día (el de mi llegada), sé que se miraron todos con vergüenza, hicieron algún comentario mordaz, y salieron en sus autos del aeropuerto con la idea de no verme jamás. Y hasta el sol de hoy. La única que se mantuvo fiel a los lazos familiares fue esta tía Clotilde, que decidió hacerse cargo de mí, y me mantuvo durante tres meses en su casa. Hasta el día en que, acosejada por otros familiares y amigos, decidió meterme en el boarding home; la casa de los escombros humanos.

―Porque comprenderás que nada más se puede hacer.

La entiendo.

Ese boarding home fue, originalmente, una casa de seis cuartos. Quizás viviera en ella, al inicio, una de esas típicas familias americanas que salieron huyendo de Miami cuando empezaron a llegar cubanos huidos del comunismo. Ahora el boarding home tiene doce cuartos pequeñísimos, y en cada cuarto hay dos camas. Cuenta, también, con un televisor viejísimo, que siempre está descompuesto. y una especie de salón de estar con veinte sillas duras y destartaladas. Hay tres baños, pero uno de ellos (el mejor) es del jefe, el señor Curbelo. Los otros dos tienen siempre los iniodoros tupidos, pues algunos de los huéspedes meten en ellos camisas viejas, sábanas, cortinas y otros artículos de tela que usan para limpiarse el trasero. El señor Curbelo no da papel higiénico. Aunque por ley debía darlo. Hay un comedor, afuera de la casa, que atiende una mulata cubana, llena de collares y brazaletes religiosos, que se llama Caridad. Pero ella no cocina. Si ella cocinara, el señor Curbelo tendría que pagarle treinta dólares más a la semana. Y eso es algo que el señor Curbelo nunca hará. De modo que el mismo señor Curbelo, con su carota de burgués, es el que hace el potaje todos los días. Lo cocina de manera sencilla; cogiendo con la mano un puñado de chícharos o lentejas y metiéndolos (¡plaf!) en una olla a presión. Quizás le echa un poco de ajo en polvo. Lo otro, el arroz y el plato fuerte, viene de una cantina a domicilio llamada "Sazón", cuyos dueños, como saben que se trata de una casa de locos, escogen lo peor del repertorio y lo mandan de cualquier manera en dos grandes cazuelas grasientas. Debían enviar comida par veintitrés, pero sólo mandan comida para once. 

El señor Curbelo considera que es bastante. Y nadie protesta. Pero el día que alguien protesta, el señor Curbelo, si mirarlo, le dice:"¿No te gusta? Pues sino te gusta ¡vete!". Pero... ¿quién se va a ir? La calle es dura. Aun para los locos que tienen los sesos en la luna. Y el señor Curbelo lo sabe y vuelve a decir:"¡Vete rápido!". Pero nadie se va. El protestón baja los ojos, retoma la cuchara y vuelve a tragar en silencio sus lentejas crudas.

Porque en el boarding home nadie tiene a nadie. La vieja Ida tiene dos hijos en Massachusettes que no quieren saber de ella. El silencioso Pino está solo y sin conocidos en este enorme país. René y Pepe, los dos retrasados mentales, no podrían jamás vivir con sus hastiados familiares. Reyes, el viejo tuerto, tiene una hija en Newport que no lo ve hace quince años. Hilda, la vieja con cistitis, no sabe ni siquiera cuál es su apellido. Yo tengo una tía... pero "nada más se puede hacer". 
El señor Curbelo sabe todo esto. Lo sabe bien. Por eso está tan seguro de que nadie se irá del boarding home y de que él serguirá recibiendo los cheques de trescientos dólares que el gobierno americano envía a cada uno de los locos de su hospicio. Son veintitrés locos; siete mil doscientos veintidós pesos al mes. Por eso el señor Curbelo tiene una casa en Coral Gables con todas las de la ley y una finca con caballos de raza. Y por eso se dedica los fines de semana al elegante deporte de la pesca submarina. Por eso sus hijos salen retratados el día de su cumpleaños en el periódico local, y él va a fiestas de sociedad vestido de frac y corbata de lazo. Ahora que mi tía se ha marchado, su mirada, antes cálida, me escruta con fría indiferencia.

―Ven -dice con sequedad. Y me lleva por un pasillo estrecho hasta un cuarto, el número cuatro, donde duerme otro loco cuyo ronquido recuerda el ruido de una sierra eléctrica.

―Ésta es tu cama ―dice, sin mirarme―. Ésta es tu toalla ―y señala una toalla raída y llena de manchas amarillas-. Este es tu closet, y éste es tu jabón -y saca la mitad de un jabón blanco del bolsillo y me lo entrega. No habla más. Mira su reloj, comprende que es tarde y sale del cuarto cerrando la puerta. Entonces pongo la maleta en el suelo, acomodo mi pequeño televisor sobre el armario, abro complemente la ventana y me siento en la cama que me han asignado con el libro de poetas ingleses entre mis manos. Lo abro al azar. Es un poema de Coleridge:

¡Ay!, de esos diablos que así te persiguen
Viejo Marino, te proteja Dios.
¿Por qué me miras así? Con mi ballesta.
Yo di muerte a Albatros...

La puerta del cuarto se abre de pronto y entra un sujeto robusto, de piel sucia como el agua de un charco. Trae una lata de cerveza en la mano y bebe de ella repetidas veces sin dejar de mirarme por el rabo del ojo.

―¿Tú eres nuevo? ―pregunta después.
―Sí.
―Yo soy Arsenio, el que cuida esto cuando Curbelo se va.
―Bien.

Mira mi maleta, mis libros, y su vista se detiene en mi pequeño televisor en blanco y negro.

―¿Funciona?
―Sí.
―¿Cuánto te costó?
―Sesenta pesos.

Bebe otra vez, sin dejar de mirar mi televisor con el rabo del ojo. Luego dice:

―¿Vas a comer?
―Sí
―Pues nada. La comida ya está.

Da la vuelta y sale del cuarto, siempre bebiendo de su lata. No tengo hambre, pero debo comer. Peso solamente quince libras, y mi cabeza suele darme vueltas de debilidad. La gente por la calle grita a veces: "¡Lombriz!". Tiro el libro de poetas ingleses sobre la cama y me abotono la camisa. El pantalón me baila en la cadera. Debo comer.

Salgo hacia el comedor.

La señora Caridad, encargada de repartir la comida de los locos, me sañala al llegar el único lugar disponible. Es un asiento al lado de Reyes, el viejo tuerto; Hilda, la anciana decrépita cuyas ropas hieden a orín y Pepe, el más viejo de los dos retrasados mentales. Se le llama a esta mesa "la mesa de los intocables", pues nadie los quiere tener al lado a la hora de comer. Reyes come con las manos, y su enorme ojo de vidrio, grande como un ojo de tiburón, supura a todas horas un humor acuoso que le cae hasta el mentón como una gran lágrima amarilla. Hilda también come con las manos y lo hace reclinada en la silla, como una marquesa que comiera manjares, de modo que la mitad de la comida cae sobre las ropas. 

Pepe, el retardado, come con una enorme cuchara que parece una pala de albañil; mastica lenta y ruidosamente con sus mandíbulas sin dientes, y toda su cara, hasta los ojos botados y enormes, está impregnada de chícharos y arroz. Me llevo la primera cucharada a la boca y lo mastico con lentitud. Mastico una y tres veces, y luego comprendo que no puedo tragar. Escupo todo sobre el plato, y salgo de allí. Cuando llego a mi cuarto, veo que me falta el televisor. Lo busco en mi closet y debajo de la cama, pero no está. Salgo en busca del señor Curbelo, pero el que está sentado en su buró es Arsenio, el segundo encargado. Bebe un trago de su lata de cerveza y me informa:

―Curbelo no está. ¿Qué pasó?
―Me han robado el televisor.
―Tsch, tsch, tsch―mueve la cabeza de desconsuelo―. Ése fue Louie―dice después―. Él es el ladrón.
―¿Dónde está Louie?
―En el cuarto número tres.

Voy hasta el cuarto número tres y encuentro allí al americano Louie que aúlla como un lobo cuando me ve entrar.

―¿T.V.? ―digo,
―Go to hell! ―exclama enfurecido. Aúlla de nuevo. Se abalanza sobre mí y me saca a empujones del su cuarto. Luego cierra la puerta de un tremendo tirón.

Miro a Arsenio. Sonríe. Pero lo oculta rápidamente tapándose la cara con una lata de cerveza.

―¿Un trago? -pregunta, tendiéndome la lata.
―Gracias, no bebo. ¿Cuándo vendrá el señor Curbelo?
―Mañana.
Bien. Nada más se puede hacer. Regreso a mi cuarto y me dejo caer sobre la cama con pesadez. La almohada apesta a sudor viejo. Sudor de otros locos que han pasado por aquí y se han deshidratado entre estas cuatro paredes. La tiro lejos de mí. Mañana pediré una sábana limpia, una almohada nueva, y un pestillo para ponerlo en la puerta y que nadie entre sin pedir permiso. Miro al techo. Es un techo azul, descascarado, recorrido por minúsculas cucarachas carmelitas. Bien. Éste es mi final. El último punto a donde pude llegar. Después de este boarding home ya no hay más nada. La calle y nada más.

La puertea se abre de nuevo. Es Hilda, la vieja decrépita que se orina en las ropas. Viene buscando un cigarro. Se lo doy. Me mira con ojos bondadosos. Advierto, detrás de ese rostro horripilante, una cierta belleza de ayer. Tiene una voz sumamente dulce. Con ella narra su historia. Nunca se ha casado; dice. Es virgen. Tiene, dice, dieciocho años. Está buscando un caballero formal para unirse a él. Pero ¡un caballero!, no cualquier cosa.

―Usted tiene los ojos bonitos ―me dice con dulzura.
―Gracias.
―No hay de qué.

Dormí un poco. Soñé que estaba en un pueblo de provincias, allá en Cuba, y que en todo el pueblo no había un alma. Las puertas y las ventanas estaban abiertas de par en par, y a través de ellas se veían camas de hierro cubiertas con sábanas blancas muy limpias y bien tendidas. Las calles eran largas y silenciosas, y todas las casas eran de madera. Yo recorría angustiado aquel pueblo buscando alguna persona para conversar. Pero no había nadie. Sólo casas abiertas, camas blancas y un silencio total. No había una pizca de vida.

Desperté bañado en sudor. En la cama de al lado, el loco que roncaba como una sierra está ahora despierto y se pone le pantalón.

― Voy a trabajar ―me dice―. Trabajo toda la noche en una pizzería y me pagan seis pesos. También me dan pizza y coca cola.

Se pone la camisa y se calza los zapatos.

―Yo soy un esclavo antiguo ―dice―. Soy un hombre renacido. Yo, antes de esta vida, fui un judío que vivió en tiempo de los césares.

Sale dando un portazo. Miro a la calle a través de una ventana. Serán las doce de la noche. Me levanto de la cama y me dirijo a la sala, a tomar el fresco. Al pasar frente al cuarto de Arsenio, el encargado del hospicio, escucho un forcejeo de cuerpos y luego el ruido de una bofetada. Sigo mi camino y me siento en un butacón desvencijado que hiede a sudor viejo. Prendo un cigarro y echo la cabeza hacia atrás, recordando, todavía con miedo, el sueño que acabo de tener. Aquellas camas blanca y bien tendidas, aquellas casas solitarias abiertas de par en par, y yo, el único ser vivo en todo el pueblo. Entonces veo que alguien sale dando tumbos del cuarto de Arsenio, el encargado. Es Hilda, la vieja decrépita. Está desnuda. Detrás sale Arsenio, desnudo también. No me han visto.

―Ven―le dice a Hilda con voz de borracho.
―No ―responde ésta―. Eso me duele.
―Ven; te voy a dar un cigarrito ―dice Arsenio.
―No. ¡Me duele!

Doy una chupada a mi cigarro y Arsenio me descubre entre las sombras.

―¿Quién está ahí?
―Yo.
―¿Quién es yo?
―El nuevo.

Murmura algo, disgustado, y vuelve a meterse en su cuarto. Hilda viene hasta mí. Un rayo de luz, procedente de un poste eléctrico, baña su cuerpo desnudo. Es un cuerpo lleno de pellejos y huecos profundos.

―¿Tienes un cigarrito?―dice con voz dulce.
Se lo doy.

―A mí no me gusta que la metan por detrás –dice―. Y ése, ¡ese desgraciado!―y señala el cuarto de Arsenio―, nada más quiere hacerlo por ahí.

Se va.

Vuelco a recostar la cabeza en el respaldar del burtacón. Pienso en Coleridge, el autor de Kubla Kan, a quien el desencanto de la Revolución Francesa provocó la ruina y la esterilidad como poeta. Pero pronto mis pensamientos se cortan. El boarding home se estremece con un aullido largo y aterrador. Aparece en la sala Louie, el americano, con el rostro desfigurado de cólera.

―Fuck your ass! ―grita en dirección a la calle, donde no hay nadie a estas horas―. Fuck your ass! Fuck your ass!

Da un golpe con el puño sobre un espejo de pared, y este cae al duelo hecho pedazos. Arsenio, el encargado, dice con voz aburrida desde su cama:

―Louie... you cama nao. You pastilla tomorow. You no jodas más.

Y Louie desaparece entre las sombras.

Arsenio es el verdadero jefe del boarding home. 
El señor Curbelo, aunque viene todos los días (menos sábado y domingo), sólo está aquí tres horas y después se va. Hace el potaje, prepara las pastillas del día, escribe algo desconocido en una gruesa libreta, y luego se va. Arsenio está aquí las venticuatro horas, sin salir, sin ir siquiera a la esquina por cigarros. Cuando necesita fumar, le pide a algún loco que vaya a la bodega. Cuando tiene hanbre, manda a buscar comida a la fonda de la esquina a Pino, que es un loco mandadero. 

Tambien manda po cerveza, mucha cerveza, pues Arsenio se pasa todo el día completamente borracho. Sus amigos le llaman Budweiser, que es la marca de cerveza que toma. Cuando bebe, su ojos se hacen malignos, su voz se torna (¡aún!) más torpe, y sus ademanes más toscos e insolentes. Entonces le da patadas a Reyes, el tuerto; abre las gavetas de cualquiera en busca de dinero, y se pasea por el boarding home con un cuchilo, se lo da a René; el retardado, y le dice enseñándoselo a Reyes, el tuerto:"¡Méteselo!". Y explica bien: "Méteselo por el cuello que es la parte más blandita". René, el retardado, toma el cuchillo con la mano torpe y avanza sobre el viejo tuerto. 
Pero aunque da cuchilladas ciegas, nunca lo penetra, pues no tiene fuerzas para ello. Arsenio lo sienta entonces en la mesa; trae una lata de cerveza vacía, y hunde el cuchillo en esta lata. "¡Así se dan las puñaladas!"; le exlica a René. "¡Así, así, así!" y da de puñaladas a la lata hasta que la llena de agujeros. Entonces se vuelve a poner el cuchillo en la cintura, da una salvaje patada al trasero del viejo tuerto, y vuelve a sentarse en el buró del señor Curbelo a tomar nuevas cervezas. "¡Hilda!" -llama después-. Y viene Hilda, la vieja decrépita que apesta a orín. Arsenio le toca el sexo por encima de la ropa y le dice: "¡Lávatelo hoy!".

―¡Fuera, hombre! ―protesta Hilda indignada. Y Arsenio se echa a reír. Su boca también está llena de dientes podridos, como todas las bocas del boarding home. Y su torso, cuadrado y sudoroso, está rajado por una cicatriz que le va del pecho hasta el ombligo. Es una puñalada que le dieron en la cárcel, cinco años atrás, cuando cumplía una condena por ladrón. El señor Curbelo le paga setenta pesos semanales. 
Pero Arsenio está contento. No tiene familia, no tiene oficio, no tiene aspiraciones en la vida, y aquí en el boarding home, es todo un jefe. Por primera vez en su vida Arsenio, sabe que Curbelo nunca lo botará. "Yo soy todo para él", suele exclamar. "Nunca encontrará a otro como yo." Y es verdad. Por setenta pesos a la semana Curbelo no encontrá en todos los Estados Unidos otro secretrario como Arsenio. No lo encontrará.

Desperté. Me quedé dormido en el butacón desvencijado y me desperté a eso de las siete. Soñé que estaba amarrado a una roca y que mis uñas eran largas y amarillas como las de un faquir. En mi sueño, aunque estaba amarrado por el castigo de los hombres, yo tenía un enorme poder sobre los animales del mundo. "¡Pulpos! -gritaba yo-, tráiganme una concha marina en cuya superficie esté grabada la Estatua de la Libertad." Y los pulpos, enormes y cartilaginosos, se afanaban con sus tentáculos en buscar esta concha entre millones y millones de conchas que hay en el mar. Luego la encontraban, la subían penosamente hacia esa roca donde yo estaba cautivo, y me la entregaban con gran respeto y humildad. Yo miraba la concha, soltaba una carcajada, y la botaba al vacío con inmenso desdén. Los pulpos lloraban gruesos lagrimones cristalinos por mi crueldad. Pero yo reía con el llanto de los pulpos, y gritaba con voz terrible: "Tráiganme otra igual".

Son las ocho de la mañana. Arsenio no se ha despertado para dar el desayuno. Los locos se apiñan hambrientos en la sala del televisor.

―¡Senio...! ―grita Pepe, el retrasado―. ¡Tayuno! ¡Tayuno! ¿Cuándo va a dar tayuno?

Pero Arsenio, aún borracho, sigue en su cuarto roncando boca arriba. Uno de los locos pone el televisor. Sale un predicador hablando de Dios. Dice que estuvo en Jerusalén. Que vio la huerta de Gertsemaní. Salen por la televisión fotos de estos lugares donde anduvo Dios. Sale el río Jordán, cuyas aguas limpias y mansas, dice el predicador que son imposibles de olvidar. "He estado allí", dice el predicador. "He respirado, dos mil años después, la presencia de Jesús." Y el predicador llora. Su voz se hace dolorida. "¡Aleluya!", dice. El loco cambia de canal. Pone, esta vez, el canal latino. Se trata ahora de un comentarista cubano que habla de la política internacional.

"Estados Unidos debe ponerse duro", dice. "El comunismo se ha infiltrado en esta sociedad. Está en las universidades, en los periódicos, en la intelectualidad. Debemos volver a los grandes años de Eisenhower."

―¡Eso! ―dice a mi lado un loco llamado Eddy―. Estado Unidos debe llenarse de cojones y arrasar. Lo primero que tiene que caer es México, que está lleno de comunistas. Después Panamá. Y luego Nicaragua. Y donde quiera que haya un comunista, hay que colgarlo de los cojones. A mí los comunistas me lo quitaron todo. ¡Todo!

―¿Qué te quitaron, Eddy? ―pregunta Ida, la gran dama venida a menos.

Eddy responde:

―Me quitaron treinta caballerías de tierra sembrada de mangos, cañas, cocos... ¡Todo!

―A mi marido le quitaron un hotel y seis casas en La Habana ―dice Ida― ¡Ah!, y tres boticas y una fábrica de medias y un restorán.

―¡Son unos hijos de puta! ―dice Eddy―. Por eso los Estados Unidos deben arrasar. Meter cinco o seis bombas atómicas. ¡Arrasar!

Eddy comienza a temblar.

―¡Arrasar! ―dice―. ¡Arrasar!

Tiembla mucho. Tiembla tanto que se cae de la silla y sigue temblando en el piso.

―¡Arrasar! ―dice, desde ahí.

Ida grita:

―¡Arsenio!, Eddy tiene un ataque.

Pero Arsenio no responde. Entonces Pino, el loco silencioso, va hasta el lavamanos y regresa con un vaso de agua que tira sobre la cabeza de Eddy.

―Ya está bien ―dice Ida―. Ya está bien. Quiten ese televisor.

Lo quitan. Me levanto. Voy al baño a orinar. El inodoro esta tupido por una sábana que han metido dentro. Orino sobre la sábana. Luego me lavo la cara con una pastilla de jabón que encuentro sobre el lavabo. Me voy a secar al cuarto. En el cuarto, ese loco que trabaja es una pizzería por las noches está contando el dinero.

―Gané seis pesos ―dice, guardando sus ganancias en una cartera―. También me dieron una pizza y una coca cola.
―Me alegro ―digo, secándome con la toalla.

Entonces la puerta se abre bruscamente y aparece Arsernio. Se acaba de levantar. Su pelo de alambre esta erizado y sus ojos están sucios y abultados.

―Oye ―dice al loco―, dame tres pesos.
―¿Por qué?
―No te preocupes. Ya te pagaré.
―Tú nunca pagas ―protesta el loco con voz infantil―. Tú sólo coges y coges y nunca pagas.
―Dame tres pesos ―vuelve a decir Arsenio.
―No.

Arsenio va hasta él, lo coge por el cuello con una mano y con la mano libre le registra los bolsillos. Da con la cartera. Saca cuatro pesos y tira los otros dos sobre la cama. Luego se vuelve hacia a mí y me dice:

―Todo lo que ves aquí, si tú quieres, díselo a Curbelo. Que yo apuesto diez a uno a que gano yo.

Sale del cuarto sin cerrar la puerta, y grita desde el pasillo:

―¡Desayuno!

Y los locos salen en tropel detrás de él, rumbo a las mesas del comedor.

Entonces el loco que trabaja en la pizzería coge los dos pesos que le han quedado. Sonríe y exclama alegremente:

―¡Desayuno! ¡Qué bueno! Con el hambre que tengo.

Sale también. Yo termino de secarme la cara. Me miro en el espejo lleno de nubes grises que hay en el cuarto. Quince años atrás era lindo. Tenía mujeres. Paseaba mi cara con arrogancia por el mundo. Hoy..., hoy...

Cojo el libro de poetas ingleses y salgo a desayunar.

Arsernio reparte el desayuno. Es leche fría. Lo locos se quejan de que no hay corn flakes.

―Díganselo a Curbelo ―dice Arsenio con indiferencia.

Luego toma con desgano el botellón de leche y va llenando los vasos con desidia. La mitad de la leche cae al suelo. Cojo mi vaso, y allí mismo, de pie, apuro la leche de un tirón. Salgo del comedor. Entro de nuevo en la casa grande y vuelvo a sentarme en el butacón destartalado. Pero antes enciendo el televisor. Sale un cantante famoso, a quien llaman El Puma, adorado por las mujeres de Miami. El Puma mueve la cintura. Canta :"Viva, viva, viva, la liberación". Las mujeres del público deliran. Comienzan a tirarle flores. El Puma, uno de los hombres que hacen temblar a las mujeres de Miami. Esas mismas que, cuando yo paso, ni se dignan a mirarme, y si lo hacen, es para aguantar más fuerte sus caderas y apretar el paso con temor. 

Helo aquí: El Puma. No sabe quién es Joyce ni le interesa. Jamás leerá a Coleridge ni lo necesita. Nunca estudiará El 18 de Brumario de Carlos Marx. Jamás abrazará desesperadamente una ideología y luego se sentirá traicionado por ella. Nunca su corazón hará crack ante una idea en la que se creyó firme, desesperadamente. Ni sabrá quiénes fueron Lunacharsky, Bulganin, Trotsky, Kameneev o Zinoviev. Nunca experimentará el júbilo de ser miembro de una revolución, y luego la angustia de ser devorado por ella. 

Nunca sabrá lo que es La Maquinaria. Nunca lo sabrá.