viernes, 25 de julio de 2008

LOS MUSEOS MAS VISITADOS EN 2007

Museos del siglo XXI
Spacelab Cook-Fournier
Kunsthaus Graz
Graz, Austria

Elpais.com.- El Louvre de París, que tuvo casi 5,5 millones de visitantes, fue el museo más visitado del mundo durante el 2007, según los datos publicados por el diario económico galo La Tribune.

En segundo lugar se encuentra el British Museum o la también londinense Tate Gallery, con 5,1 millones de visitas. Le siguen el Metropolitan de Nueva York (4,3 millones), el Museo Vaticano (4,3), la National Gallery de Londres (4,1), el castillo de Versalles (3,4), el Museo de Orsay (3,1), el Museo Nacional de Tokio (3,1), el museo del Prado, (2,6), el Centro Pompidou (2,5) el Museo de Arte Moderno de Nueva York (2,4) y el Quai Branly de artes primitivas de París (1,8).

En lo que se refiere a las exposiciones temporales, fue la titulada De Manet a Picasso, en Londres, la que tuvo más éxito en 2007, con algo más de un millón de visitas, por delante de El espíritu de Leonardo da Vinci, en Tokio (770.000), y las esculturas de Richard Serra en New York (735.000).

En París, la variedad de la oferta cultural ha diversificado las entradas a museos y exposiciones, pero muchas de ellas se acercan al medio millón de visitas. Es el caso, por ejemplo, de la de Courbet, en el Grand Palais, la de Arcimboldo en el Palacio de Luxembourg o De Cézanne à Picasso, en el Orsay.

En el conjunto de 2007, la frecuencia global de asistencia a los museos franceses aumentó un 8%, logrando 24 millones de visitantes mientras que en 2002 sólo fueron 15 millones.

jueves, 24 de julio de 2008

LA COLUMNA DE FITO PÁEZ


Nosotros, Spielberg y el demonio

Harto de los dardos que se lanzan contra el director de Tiburón, el autor de Rodolfo rescata el talento del cineasta para atrapar al público con armas genuinas. Mejor que criticar, dice, es poner el ojo en la falta de industria del cine local

Viene de donde viene. ¿Por qué pelearle tanto? ¿Es el demonio? ¿Cuánta gente conocemos que nos pueda agarrar del cuello aunque más no sea por un rato? El tema puede ser un auto que pelea con un camión, un tiburón que acecha en tranquilas playas, una nave que viene del espacio, un extraterreste bonachón, una manga de dinos que se nos viene encima, un flaco que sólo quiere que su papá lo acepte, una versión de La guerra de los mundos , el espionaje en el futuro, la lista de Schindler, el soldado Ryan, esclavos gringos, el enfrentamiento palestino-israelí (en Munich , su última película hasta el momento).

¡Ya basta! ¡Por supuesto que no es Godard! Pero, ¿por qué pedirle peras al olmo? Steven Spielberg es un cineasta grande a su modo, e igual es un artista. Todo aquello de ir a buscar historias a Europa porque no las tiene en su barrio suena muy pobre como crítica. A esta altura del partido, todos nos conocemos bien y suena necio el ataque a un hombre que, además de todo lo nombrado más arriba, filmó la trilogía de Indiana Jones y va camino a convertirla en tetra.

De seguirse determinada línea crítica se podría pensar en la existencia de una máquina norteamericana, encarnada en el director, que lo único que busca es anestesiar nuestras mentes (qué imagen odiosa), tan sensibles y sofisticadas ellas, para que no nos enteremos de los conflictos que florecen en el mundo. ¿Te rayaste cuando en el final de Rescatando al soldado Ryan clavó la bandera norteamericana para apropiarse del desembarco en Normadía? No te podés enojar por eso, porque eso es él. No nos olvidemos de los primeros 25 minutos de carnicería humana. In God We Trust , dice el dolar...

Está clarísimo que Mr. Spielberg quiere cerrar sus películas de manera amable; es un judío amable y quiere gente en el cine, también. No trabaja para evitar el éxito. Muchas veces irrita, pero en el medio nos regala momentos inolvidables. Y una cosa son los Estados Unidos de América y otra cosa son sus artistas. Por supuesto que siempre hay bemoles, nada es tan sencillo a la hora de las definiciones. En el arte no hay ingenuidad; se necesita el significado para no ser un amateur. Spielberg lo tiene, y esa es la gran discusión. Se lo ve como un cineasta para las multitudes, lejos de la expresión artística. Gran error. El cine, más allá de las entradas vendidas, debe tomar algo del espectador en cualquier lugar que este se encuentre. Aquí se abrirá la gran discusión sobre el lenguaje, discusión que vale la pena dar porque transforma en vana la necesidad de explicar lo que es bello o vulgar y lo que no lo es.

Todo esto depende mucho de la coyuntura crítica de la época. Nadie tiene las armas, a menos que sea un comisario del lenguaje, para decidir sobre estos temas. Así La playa del amor de Adolfo Aristarain tiene la estatura cinematográfica que poseen sus largos "serios". Y cualquier arrebato crítico ligado al día a día y a nada más debería ser repensado, ser puesto en tensión de cara al significado profundo del cine. ¿Qué es cine y qué no? ¿Quién tiene estatura moral y quién no?

Aquí, en este punto, un crítico como Serge Daney y un cineasta como Steven Spielberg son grandes hermanos cinematográficos.

Las culturas cinematográficas surgen y se desarrollan en formas diferentes en cada lugar del mundo de acuerdo a cada idiosincrasia. Por supuesto que no vamos a negar el poderío conquistador de la gran industria norteamericana, que va desde la formación de estudios para la producción de películas en serie hasta la dependencia del exhibidor local, que necesita vender más tickets y más pochoclos con esas películas para sostener su negocio. Si a eso le sumamos que la última ley de cine obliga al exhibidor local a sostener solo una semana en cartel una producción nacional, las internas del Incaa para decidir qué films se van a filmar en la próxima temporada (presupuesto, calidad y cálculo de asistencia de público), las tarifas de publicidad en los medios de comunicación argentinos para con las producciones locales (son iguales que para una multi gringa) y la falta de sentido para el desarrollo de una industria por parte de la crítica especializada y demás ámbitos ligados a la cinematografía argentina, en lo primero que habría que pensar es en la ausencia de la idea de nación.

Un Estado que carece de leyes que protejan y estimulen las expresiones artísticas locales como una forma de territorialidad espiritual y expansión económica en todas sus áreas (literatura, pintura, danza, música, teatro, cine, etc.), y un pueblo a quien siempre se lo ve votar (en su gran mayoría) con el único interés del propio bolsillo, difícilmente puedan vivir lejos de la crispación, la ignorancia y la soberbia. La primera exigencia hacia los nuevos gobernantes debe ser la educación y la salud para todos. Gente inteligente hace cosas inteligentes. Y deja de pelear con el demonio equivocado.

Por Fito Páez
Para LA NACION

miércoles, 23 de julio de 2008

DISEÑO LATINOAMERICANO

Cartel para la película "Lolita" de Kubrick diseñado por Renato Aranda

¿Existe una identidad en el diseño latinoamericano?
Por ALVARO SOBRINO / EDUARDO BRAVO

Si habláramos sólo de publicidad, posiblemente encontraríamos un consenso amplio: la publicidad latina tiene un carácter y elementos coincidentes, como los tiene la anglosajona. Del mismo modo, en el diseño gráfico encontramos razones para argumentar que más allá de las lenguas comunes -español y portugués- el diseño latinoamericano tiene un modo de expresión específico.

Estos días está en nuestro país el diseñador brasileño Felipe Taborda, para presentar el libro Latin American Graphic Design, que junto a Julius Wiedemann ha realizado para la editorial Taschen.

Una laboriosa investigación y criba posterior donde se recoge, quizá por primera vez, una radiografía exhaustiva de la gráfica latina. Se trata de un exquisito volumen de casi seiscientas páginas que recorre el trabajo de más de doscientos diseñadores, desde los más jóvenes a los consagrados.

En un momento en el que el cartelismo está en una crisis evidente en Europa y Estados Unidos, apenas se hacen ya carteles, sigue siendo un género vivo y especialmente rico en todo el cono sur. Frente a nuestra afectada gráfica comercial, destilada y elegante, fría y meticulosamente calculada en los departamentos de marketing, Brasil, México, Argentina, Cuba y el resto de países siguen disfrutando de un diseño colorista y festivo, contundente, que no renuncia a su origen popular sino que recoge sus valores y los profesionaliza.

Cuando hace un año entrevistamos a Taborda, afirmaba: "me fascina el tema de las expresiones populares porque considero que los latinos somos fruto de todo aquello que nos rodea. La existencia de la gráfica popular tiene que ver directamente con la economía del país. Los países más desarrollados y ricos presentan menos manifestaciones populares porque se tiende a homogeneizar todo. Cuanto más pobre es el país más frecuente es esa expresión de creatividad natural, como sucede también en África". Este libro es la demostración práctica de que tenía razón.

Taborda mantiene que Portugal y España determinaron lo que debía ser leído y consumido en sus colonias del Nuevo Mundo. No le falta razón, y eso puede estar en los orígenes de un grafismo común. Pero más allá, se impone una reflexión acerca de si el diseño gráfico español ha recibido en las últimas décadas mucho más de lo que ha aportado.

Basta acercarse a la lista de nuestros Premios Nacionales de Diseño Gráfico, un total de doce, de los que cuatro son inmigrantes procedentes del otro lado del Atlántico: América Sánchez, Carlos Rolando, Mario Eskenazi, y Juan Gatti. Y a ésta lista habría que añadir los nombres de otra mucho más larga de latinoamericanos afincados en España que están en la primera línea de nuestra creatividad gráfica: Eric Olivares y Jorge Alderete (México), Flavio Morais (Brasil), Norberto Chaves, Beto Compagnucci, Lalo Quintana y Ricardo Rousselot (Argentina); la relación sería interminable.

El contenido del libro completo está accesible en la web de Taschen, algo que es muy de agradecer, otros editores deberían tomar ejemplo.

martes, 22 de julio de 2008

LAS BANDAS MAS PELIGROSAS EN EL MUNDO


Sus oscuras transacciones suelen pasar inadvertidas. Pero, desde Nairobi hasta São Paulo, muchas bandas urbanas están volviéndose más sofisticadas, brutales y poderosas que nunca.

Los Mungiki, Kenia

Miembros: Hasta 100.000 hombres pertenecientes a los kikuyu, el mayor grupo étnico de Kenia.

Bastión: Los barrios bajos de Nairobi, desde los que dirigen redes multimillonarias de crimen organizado que controlan desde la electricidad hasta el transporte público.

Conocidos por: Antes, por llevar peinado rasta y bañarse en sangre; ahora, por practicar la circuncisión femenina y decapitar a cualquier persona que se les oponga, sean miembros de grupos étnicos rivales o conductores de minibuses desleales.

¿Por qué son peligrosos? Los Mungiki son una más de las muchas bandas étnicas armadas con machetes que existen en Kenia; otras tienen nombres como los “Kosovo boys” o los “Talibanes” (una banda cristiana que, por lo visto, pensó que era un nombre que daba una imagen dura). Sin embargo, en los últimos años, los Mungiki, cuyo nombre significa “multitud” en la lengua kikuyu, se han convertido en toda una fuerza política. Hace poco tuvieron un papel crucial en la violencia y el caos que asolaron el país en el periodo anterior y posterior a las elecciones presidenciales. Siete meses antes de los comicios de diciembre, empezaron a aparecer en Nairobi cabezas cortadas colocadas sobre postes, el peor momento de una espiral de violencia Mungiki que los analistas atribuyen al aumento de la desconfianza entre los líderes de la banda y los políticos kikuyu. La policía keniana reaccionó deteniendo o matando a numerosos miembros del grupo. Pero, después de la controvertida elección del 27 de diciembre, en la que el presidente saliente, el kikuyu, Mwai Kibaki, proclamó una victoria sospechosa sobre su rival Raila Odinga, esta banda reapareció con toda su fuerza y empezaron a matar brutalmente a mujeres y niños de los grupos étnicos partidarios de la oposición. En estos momentos, Kenia está en paz, por ahora, después de que Kibaki y Odinga llegaran a un acuerdo de reparto del poder. No obstante, si vuelve la inestabilidad, los Mungiki podrían sumir de nuevo al país en un mar de violencia.

Primeiro Comando da Capital (PCC), Brasil

Miembros: 6.000 personas que cotizan y 140.000 presos y otros compañeros de viaje.

Bastión: El sistema penitenciario estatal de São Paulo y las favelas de toda la ciudad.

Conocidos por: El control brutal de la vida carcelaria, los constantes secuestros y haber puesto a São Paulo de rodillas durante cuatro días seguidos en mayo de 2006.

¿Por qué son peligrosos? La banda nació como un equipo de fútbol de la liga de prisiones, pero hoy el PCC es quien dicta la ley en las cárceles de São Paulo y, si algún preso se opone, puede perder la cabeza, literalmente. Ahora bien, la influencia de la banda se extiende mucho más allá de los muros carcelarios. Además de organizar transacciones de drogas con redes ilícitas de traficantes como el Comando Rojo de Río y las FARC colombianas, en la primavera de 2006, el PCC hizo saber al mundo que era algo más que un puñado de presos descontentos. El viernes 12 de mayo, la ciudad de São Paulo se vio sitiada cuando unos atacantes anónimos incendiaron autobuses, bancos y edificios públicos, dispararon contra la policía y crearon el caos a su paso. Al mismo tiempo, 73 centros penitenciarios de todo el Estado estallaron en una revuelta. Durante varios días, la ciudad y las cárceles estuvieron paralizadas y los dirigentes locales no supieron qué decir ni cómo reaccionar. Al final, murieron al menos 150 personas y el secretario de prisiones cesó en su puesto. Luego, casi un año después, el PCC difundió rumores sobre posibles ataques mortales, una muestra de fuerza que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, llamó “terrorismo” y de la que dijo que había que “ocuparse con la mano dura del Estado brasileño”. Claro que, con la estructura de poder descentralizada del PCC, la mano dura podría no tener demasiado a lo que agarrarse.

Mara Salvatrucha (MS-13), Estados Unidos y Centroamérica

Miembros: 70.000 en el mundo (60.000 en El Salvador, Honduras, Guatemala y México, más 10.000 en Estados Unidos, repartidos entre 42 Estados y la ciudad de Washington.

Bastión: Centroamérica y las barriadas estadounidenses.

Conocidos por: Tatuajes elaborados (que hacen que sea casi imposible dejar de pertenecer a la banda), peleas sangrientas en los barrios y una red flexible pero muy extensa de grupos subsidiarios, perfectos para diseminar las drogas y la violencia.

¿Por qué son peligrosos? La MS-13 se desarrolló a partir de un grupo (mara) de pandilleros salvadoreños (Salvatruchas) que huyeron a California en los 80, tras la guerra civil de su país. Con cada nueva oleada de inmigrantes vulnerables procedentes de Centroamérica, la MS-13 fue aumentando su fuerza y tamaño y formó una cohorte flexible de bandas subsidiarias semiautónomas que se extienden por Estados Unidos y Centroamérica. Aunque sus tatuajes característicos y sus estallidos violentos están presentes en toda Norteamérica, los analistas no saben aún con certeza hasta qué punto las maras están interconectadas. En Estados Unidos, las más fuertes son las del sur de California, el noreste y la costa atlántica central, incluida el área metropolitana de Washington. La primavera pasada, unos Salvatruchas hicieron pedazos a un miembro de una banda rival en Alexandria, Estado de Virginia, a las afueras de Washington. Pero las maras de Estados Unidos no son nada comparadas con las de más al sur. Nutridas de miembros deportados desde Estados Unidos, las de El Salvador, Honduras y Guatemala aterrorizan a la policía y a los vecinos en cientos de comunidades de toda la región.

Bambú Unido (Zhu Lien Bang), Taiwan

Miembros: 10.000 miembros y asociados, sobre todo de etnia china, residentes en Taiwan.

Bastión: Taiwan.

Conocidos por: Narcotráfico, contrabando de personas y acciones para callar a periodistas en lugares tan alejados como el norte de California. Por regla general: si algo es ilegal, lo hacen.

¿Por qué son peligrosos? Bambú Unido fue implantado como la mayor de varias máquinas de matar respaldadas por Pekín después de que los comunistas se hicieran con el poder en China continental. En 1984, su caza de disidentes les llevó a las afueras de San Francisco, donde asesinaron al periodista chino-americano Henry Liu en su propio garaje. Los gángsteres de esta organización siguen siendo muy internacionales, pero además ahora tienen relación con “prácticamente todas las facetas de actividad ilegal imaginables”, como el tráfico de personas, armas y drogas, según el periódico digital Asia Times. El alcance de su comercio ilícito es aún mayor por la amplitud de sus turbias redes, que les enlazan directamente con otros grupos como las tríadas chinas, la Yakuza japonesa y bandas activas en Estados Unidos, Europa y Australia. La Oficina Nacional de Seguridad de Taiwan cree que el tráfico de drogas de Bambú Unido ha llegado incluso a Corea del Norte, con la aprobación del régimen de Kim Jong Il. Es un grupo bien estructurado y clandestino, lo cual permite que sus actividades suelan pasar inadvertidas. No obstante, en mayo de 2005, para el funeral del antiguo líder de la banda Hsu Hai Ching (que, a los 93 años, había muerto ahogado con un trozo de sushi), se formó una procesión de 10 kilómetros compuesta por hombres vestidos con camisa negra que recordó a Taipei que Bambú Unido y sus homólogos de la Yakuza seguían siendo una fuerza temible.

lunes, 21 de julio de 2008

LA CONTRAOPINIÓN


La construcción de una contraopinión
por Tomás Abraham filósofo argentino

El filósofo hoy en día es un ser postergado. Ya no puede pretender a la posesión de un saber total que le permita decir a sus semejantes hacia donde va el mundo. La enciclopedia de hoy tiene un billón de tomos a la que se agregan millones cada año.


Vivimos en una biblioteca borgiana. Un filósofo que hace un diagnóstico global del momento en que se encuentra la humanidad, y hacia donde se dirige, es acreedor de dos probables atributos: o sencillamente es tonto, anacrónico, un megalómano extemporáneo que no tiene sentido del ridículo,o, si es talentoso, nos ilumina un corredor lateral del quehacer vital que se combinará con otros tantos pasadizos en un entramado apenas imaginable.

Postergado porque se trata de un problema temporal, de una carrera contra el tiempo. Pensemos que filósofos inmortales como Spinoza y Rousseau tenían una biblioteca de no mucho más de cien volúmenes, y que en la blibliografía de sus libros sólo constaban algunos nombres. Comparémoslos con los filósofos de hoy y el número de páginas de notas al fin de cada volumen.
Podemos agregar a quienes no pueden escribir ni una hoja sin citar un par de decenas de apellidos autorizados.


Sin embargo, a pesar de tanto esmero, el auditor de letras de nuestros días, ya sea filósofo, historiador, sociólogo, especialista en arte, no llega a tocar fondo en el mar de la ciencia. Cuanto más sabe más ignora. Esto último puede ser romántico, heroico, en todo caso es cómodo. Al no saber todo, podemos hablar de todo, meternos en todos los rincones y hacer de las nuestras con los implementos que guardamos en la mochila.
Nuestro mundo y el conocimiento que le corresponde era definido por los griegos con la palabra de “ estocástico”. Las artes de gobernar, en la que incluían a la navegación, la medicina, la política, eran consideradas como artes conjeturales, con intervención del azar y la probabilidad, un sistema de aleación entre la verdad y lo contingente.

El ceño fruncido de la gente seria que pide cada día más rigor, no hace más que mostrar la constipación que les ocasiona la falta de ser, la falta de conocer, y, fundamentalmente la falta de reir. Ellos también tienen dos salidas: una es la pedantería, la que consiste en inventarse una jerga que haga sospechar al común que se guarda algo preciado. Son varias las escolásticas que abundan en nuestro medio que imponen el respeto que se le debe a un Chirolita mayor. Este tipo de muñeco abre las rígidas fauces en nombre del Gran Hermano Chassman y sus derivados: Jacques Lacan, Giorgio Agamben, Thomas Pynchon, y un muestrario móvil de apellidos que pueden encontrar entre la gente que circula en medios literarios y psicoanalíticos.

La otra salida es más consistente, se llama especialización. Implica modestia, trabajo anónimo, a veces labor conjunta, resultados mínimos, problemas más estrechos que acotados, una reverencia sin mácula hacia el documento, la astringencia personal, expresiones medidas y sólo limitadas a lo que ofrece la investigación de campo y la oferta de la empiria, todo esto batido en un recipiente de una epistemología dura y una metodología de la investigación elaborada por cartujos en situación de clausura.

Una epistemología más flexible, llámese relativista, de refutabilidad ampliada, falsacionista, intra o extra paradigmática, popperiana, khuniana, feyerabeniana, foucaultiana, no sólo no remedia el problema sino que ahonda la llaga.

¿Qué hacer entonces ya que el tiempo se va y el mundo no es redondo ni sólido sino un plasma extraplano de infinitas pulgadas? ¿ Qué hacer cuando la idea de progreso no mueve nuestra voluntad de saber, ni da cuenta del camino emprendido por la máquina de soplos pensantes que ruge cada mañana?

Opinar. Acabo de pronunciar una palabra cuya historia en la cultura occidental no ha tenido aún el relieve que se merece. Daré un par de datos. Platón decía que la opinión no tiene valor porque es cambiante y se guía por las apariencias. El conocimiento sí es perdurable ya que da cuenta de lo real cuya característica es la permanencia. La opinión así como la realidad a la que se refiere tiene fecha de vencimiento y sirve para engañar y engañarnos a nosotros mismos. Es propia de sofistas.

En el nacimiento de la modernidad – tiempos de guerras religiosas – la opinión adquiere el nombre de superstición, por un lado, y de error debido a los sentidos, por el otro. La opinión es hija del poder manipulador de los aparatos religiosos, para Spinoza, y de los espejismos urdidos por todas las formas de la imaginación para Descartes. En síntesis, la opinión es hija de un dios malicioso y de un cuerpo tramposo.

En los tiempos de la Ilustración la opinión es revalorizada porque ha adquirido la cualidad de ser pública. Nos referimos a la opinión pública. Esta deja de ser un conocimiento falso debido a una desajustada inserción en el mundo, al engaño de sacerdotes o a las falencias de un sujeto dual, y se convierte en una fuerza viva de la sociedad. Es el rumor que ausculta el poder para reforzar sus defensas y debilitar adversarios. La publicidad de la opinión nace, recorre y se multiplica en salones literarios, cabarets, logias, cafés, folletos, periódicos, alrededor de los teatros, en avenidas de rica sociabilidad, que conforma un torrente de palabras que ponen en cuestión el poder y que lo obliga a prestarle atención. Pero también la opinión es lo que se opone a lo natural. En hombres como Jean Jacques Rousseau, la opinión es el mundo de la vanidad, del qué dirán, el de las poses sociales y de los fatuas glorias de la apariencia social. Lo natural se le opone como el mundo de la soledad, el del contacto con las cosas, de los quehaceres manuales, los paseos, de la amistad íntima, lejos de los rumores y de los prestigios de la ciudad.

Pero un hombre como Rousseau descree de las virtudes de las artes y de las ciencias porque han obturado el mundo de los sentidos, el de la habilidad manual, el del contacto directo con la emergencia de lo que vive, que nos ha cegado respecto de las bellezas naturales y de la simplicidad de la vida.

En el siglo XIX la palabra “opinión” desaparece bajo el peso teórico del marxismo y de la naciente sociología. La sustituye el concepto de ideología definido como un sistema de representaciones que se apodera de la conciencia y la somete al engaño. Esta vez ni son el cuerpo ni los sacerdotes los responsables de la ilusión sino la formación social y los modos de producción históricos. La antigua opinión pública se traduce en sistemas de ideas determinadas por condiciones de existencia que en definitiva son situaciones de poder. La sociología de Durkheim introduce el término de “representaciones colectivas” para dar cuenta de las conductas individuales.

La revalorización de la “opinión” hoy se debe a la presencia de la técnica del marketing, es decir de la publicidad, del salón de ventas, de los medios masivos de comunicación y de todos los procedimientos derivados de la encuestología. La opinión se vincula a la presencia del consumidor, primo no muy cercano del ciudadano del siglo XVIII o del miembro de las clases sociales de la era industrial.


En el mercado social todo el mundo opina ya sea como oyente, televidente, lector, hay una democratización de la opinión que desdibuja la jerarquía entre el que sabe y el que supuestamente sólo opina. Escuchar la opinión de Doña Rosa y cotejarla con la de Doña Magdalena y la de Don Pepe al lado de la de Don Nelson, y todos los que se nos ocurra, nos muestra un mismo plano de elaboración que sólo se distingue por la cantidad de información – o chismes, perdón, una palabra más adecuada: trascendidos – conseguidos.


El periodismo ha hecho del mundo de la información una labor plebeya que ya poco exige de sus protagonistas a través de sus escuelas de periodismo que se apuran por enseñarles la cocina de la primicia. El periodista mayor de obras, mejor o peor pedagogo de acuerdo a su pericia y a su léxico, trasmite por lo general una opinión edificante y mejor ordenada de lo que le solicita su triple cliente: el empresario del medio, los avisadores, y los consumidores de sus palabras.


Es un juego de espejos en el que todos adquieren la porción de un plato que se come todos los días sabiendo quien lo cocinó y quien lo come. Es el mundo del reconocimiento y del sentido común globalizado en el que se refuerzan las convicciones y los prejuicios.


Es necesario que frente a la “construcción del acontecimiento” - como decía en un libro Eliseo Verón – se construya una contraopinión. El mundo de la información impone su cronograma de acontecimientos por el que nos prepara para el asombro, el odio, la indignación, el temor y el temblor, la euforia y el triunfo. Pero fundamentalmente para el olvido.
La megaindustria de la información es una máquina amnésica que borra tantos archivos como los que crea – y no me refiero sólo a los genocidios, que sí se recuerdan, sino a sucesos de menor monumentalidad – que necesita tirar a la papelera tanta información como la que necesita hacer circular. Nietzsche llamaba a esta operación como el quehacer de una facultad activa de inhibición.

El periodismo es dueño de un secreto. Sin este mundo oscuro ignorado por el ciudadano común, un mundo habitado por fantasmas que se deslizan por los rumores, los pasillos, que se dirimen en ascensores, en recepciones, si no fuera por el fantástico mundo de los operadores de prensa, de los allegados, los amigos de asesores, de fuentes reservadas, si no existiera el sistema de extorsión que despierta sorpresivamente legajos dormidos en momentos inusuales, la vigencia de la industria de la sospecha, el melodrama de intrigas jamás develadas y por eso excitantes, las campañas de prestigio y de desprestigio, de los informes de investigación que presentan números y curvas definitivas y silencian otro tanto en un rincón desconocido de las computadoras, si no existiera todo este aparato de engaño, el mundo de la verdad informativa moriría de inanición.


Por eso a lo que quiero referirme es a un nuevo rubro que sin dejar de pertenecer al mundo de la opinión no prolonga esta industria de la nueva opinión pública que depende del mundo del espectáculo, de las estrellas mediáticas, de la clack que lo acompaña, de las estrategias de mercado, del alcance de la onda y del éter, y de la fuerza publicitaria.

No es desde el “conocimiento” ofendido por la falta de educación, ni por el escándalo que sienten los académicos ante el uso espúreo del saber, ni por dormirnos una vez más con el cuento de las elites y la cultura popular según Raymond Williams y su hermana Esther, que es posible abrir una brecha ante lo que se yergue como una nueva forma de pensamiento único.
Para encontrar una salida – una línea de fuga como decía Gilles Deleuze - ante los dilemas prefabricados por las empresas mediáticas en consonancia con los sponsors, los grupos de poder político y la corporación cultural, es necesario ejercer una contraopinión, palabra de oposición, digamos para ser más encantadores, de “resistencia”, que no se atiene a un rol negativo sino que produce por su misma operación grietas en el muro mediático y nuevos espacios de pensamiento.

La contraopinión no se recibe sino que se construye. Es una tarea intelectual que no sigue una metodología ni un procedimiento canónico, pero que sí exige una serie de tareas precisas en las que se combinan operaciones utópicas – ya que es dable esperar siempre más de lo que sucede – y análisis que admitan la complejidad de la realidad sin escapes celestiales.
Esta labor, antes de indicar algunas recomendaciones para su ejercicio, es de gran importancia en un mundo que ve distanciarse cada vez más la labor de los investigadores sociales, de los especialistas de la historia, de los profesionales de las humanidades, respecto de aquello que ocurre, interesa y se difunde en un mundo de alta aceleración.


Es cierto que de este modo se responde a la presión de medio ambiente, lo que parece inevitable hasta que se pueda renunciar y definirse a sí mismo como un nuevo Thoreau, un Crusoe, un Vito Dumas o a dedicarse a la relectura de los clásicos. Mientras tanto procedamos.

Me dirijo a un contropinador que por su misma definición no quiere tragarse lo que le embocan ni padecer aquello que le inyectan. Necesita expresarse, primero porque sí, para vivir, segundo para respirar, lo que es lo mismo. Por lo tanto usa a contracorriente la palabra en cualesquiera de sus formas, oral o escrita.

Se necesita para ser un contraopinador manejar más de un idioma, acceder a un sitio de varios periódicos del mundo ( wwww.onlinenewspapers.com). Seleccionar y consultar rutinariamente determinadas fuentes de información. Por ejemplo, para política internacional The New Review of Books, The Economist, Le Monde, El País de España. Leer todos los diarios nacionales, al menos los tres de la Capital Federal los domingos. Recomiendo Ámbito Financiero los lunes. Escuchar radio, moviendo el dial y por supuesto quedarse en una estación que no hiera los oídos. La televisión manejarla con flexibilidad, lo mismo que la web.


Respecto de la lectura, la filosofía es el heavy metal del pensamiento, la energía ideativa y la riqueza argumentativa que ofrece es irremplazable. No hay recomendaciones que hacer, todo esto por supuesto es un aporte personal, pero por experiencias recientes, un combo de Kant y Nietzsche, La Crítica de la Razón Práctica y La genealogía de la moral, aunque sea un rato a la mañana, es un alimento sustancioso y vigorizante.


Nunca deja de ser una sana labor educativa – palabra básica que se me hace más presente día a día - revisar noticias viejas, las vencidas, las agotadas y exsangües por el vampirismo mediático, para reconstruir la idiosincracia de una comunidad, la falsa solemnidad con la que vive los acontecimientos, la emoción edulcorada y frágil, la frivolidad de la denuncia y del escándalo. Es una interesante labor, acompañar la vida de una noticia, desde el momento en que nace, luego crece, decrece hasta que desaparece. A veces vuelve pequeñita y se disuelve nuevamente. Vale la pena concentrarse en crímenes, desfalcos, en las grandes transgresiones que en la justicia prescriben, y que los medios informativos descartan por su falta de novedad. Esto se llama: el contraopinador en lucha contra la novedad.


No existen temas importantes para un contraopinador sino temas interesantes, y el interés dependerá de su mirada. Hablar de todo y con autoridad es el primer principio de esta nueva afición que descarta las voces de los sectores privilegiados que se sienten en peligro. Son los cotos académicos, autores premiados, divas de las letras, figuras del resentimiento y de la envidia que gritarán con desprecio “opinólogos” cada vez que tienen chucho de que alguien les descubra a su apuntador y a su resguardado circuito de favores recíprocos.


Creo que es una actitud menos complaciente para un contraopinador mantener una visión crítica de la sociedad y no referirse tanto al poder. El poder es una entelequia que ha servido para no pensar responsabilidades colectivas y para protegerse en poses de salvaguarda personal, unanimidad artificial y contacto permanente con el Bien.


Por otro lado estoy de acuerdo en mantener una postura personal y no objetiva en la trasmisión del pensamiento propio, pero no exageraría con el rubro de experiencias y anécdotas personales, ya que en el ejercicio de pensar – creo que finalmente de eso se trata – las ideas deben vivir por sí mismas sin una ayuda tan explícita de su autor. Es necesario que el nivel de comprensión del que contraopina escribiendo o hablando, tenga un solo lenguaje, el que discurre con claridad, precisión, y sin mediaciones entre su mente y su mano o boca, pero no debe temer exigir del lector u oyente un esfuerzo intelectual. Nunca bajar sino hacer subir si las circunstancias lo requieren.


Nada esto se logra sin una actitud de libertad, voluntad de verdad, curiosidad, desparpajo, irreverencia, autenticidad, noble comicidad, y sostenido trabajo.
( 2006)

domingo, 20 de julio de 2008

CINE ESPAÑOL. LA ESTÉTICA ALMODOVARIANA

Algunas noches con Almodóvar

Por Elvira Lindo
Para LA NACION
MADRID, 20007

Anoche lo vi. Estaba unos asientos delante de mí en el concierto que Liza Minnelli dio en Madrid, al aire libre, en el patio de un antiguo cuartel militar. La arquitectura del lugar es sobria, de una belleza áspera, muy madrileña, y no dejaba de sorprender que fuera allí, en ese lugar tan castellano, donde Liza, la sesentona Liza, con una conmovedora fragilidad exterior e interior, marca de familia, desgranara la esencia del musical norteamericano, dentro de cuyas notas y pasos de baile se crió desde niña o aún antes, cuando su madre, Judy Garland, la llevaba en el vientre, y demostrara que los segundos, los terceros actos, a pesar de lo que decía Scott Fitzgerald, son posibles. Yo veía la inconfundible cabeza de pelo tieso de Almodóvar y pensaba que Liza podría ser un personaje suyo, esa mujer coraje que se enfrenta al azote de una vida perra en un mundo en el que los hombres no tienen dos dedos de frente, carecen de valentía y nunca llegan a estar a la altura del riquísimo universo femenino.

En el intermedio, lo saludé con la mano desde mi asiento y me soltó en voz alta una de esas frases a las que de momento no sabes cómo responder. Señalándose la cabeza me gritó: "¡Te has teñido!" y, como debió de percibir mi desconcierto, añadió: "¡Yo también!".

Luego, en la copa, antes de que la troupe de famosos y no tan famosos españoles mareara a la estrella con autógrafos y fotos, ella se dirigió a él y con un " Hello, darling ", se le echó literalmente al cuello.


El me contó que había conocido a Liza la noche del estreno de Todo sobre mi madre , en Nueva York, hace ya unos siete años y que, insensatamente, le había pedido que cantara algo; ella, temblorosa, convaleciente de uno de sus períodos de desintoxicación, le dijo: "Puedes pedirme lo que quieras, soy hija de director y hago lo que se me pide". Almodóvar le sugirió, "arrepintiéndome casi al hacerlo porque ella estaba muy mal", que bajara las escaleras del local cantando para él "New York, New York". Lo hizo.

Eso define con mucha exactitud cuál es el tipo de relación que las estrellas, las grandes damas del cine, de aquí y de allá, han establecido con el director. Lo veneran y sueñan con que les conceda algún papel cómico, melodramático o dramático sin más, que les permita decir frases de tono grave, como: "¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?". Ese tipo de diálogos que parecían enterrados en la memoria cinematográfica, en aquellos melodramas de los años cincuenta y que Almodóvar rescató y mezcló, literalmente, con toda una iconografía española que, en los últimos años de la transición democrática, parecía a punto de desaparecer.


Vayamos pues al pasado, al principio.

Aquí no habla la escritora que hoy soy, ni la periodista que he sido desde que empecé a trabajar, ni la guionista que ha tenido trato con actores y directores. Aquí, quien recuerda es aquella joven de dieciocho años que yo era en 1980, el año en que se estrenó Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón . Decir lo que significó esa película para los jóvenes de mi generación o de la generación del propio Almodóvar es casi imposible, pero no creo exagerar si afirmo que esa comedia contribuyó a la libertad individual de los jóvenes españoles.

Hacía cinco años que había muerto el dictador y el país estaba inmerso en un proceso de cambio y de acoplamiento a la democracia; en ese estado de cosas era lógico que los militantes de izquierdas, a pesar de lo mucho que contribuyeron a la liberalización de las costumbres, tuvieran aún una estética de progres antifranquistas, sesudos, barbudos, un aspecto hippie pasado por la aspereza española y con el aire inequívoco de quien se ha criado en un país muy refractario a la influencia exterior. Si se era de izquierdas había que seguir, casi como dogma de fe, una serie de normas estéticas, morales y culturales, que convertían al individuo en un ser uniformado, tanto por fuera como por dentro.

La irrupción de la película de Almodóvar en ese ambiente estéticamente rancio trastocó todas las normas, como si nos hubiera descubierto algo que no sabíamos que estábamos esperando. El anhelo de una libertad, que no solo se centraba en el terreno político ni estaba dirigida solo a la discusión ideológica, sino que apelaba al lado soleado de la vida, a la diversión sin más, a la extravagancia en la indumentaria y, por supuesto, a una libertad sexual, que en la juventud antifranquista se había limitado a la liberalización de la relaciones heterosexuales, pero había ignorado, por no decir que se había mostrado reacia, al reconocimiento abierto de la homosexualidad.


Lo que la joven de dieciocho años que yo era quería ver en la gran pantalla era eso: chicas de pelo rojo, amorales, olvidadizas de la presión familiar, viciosas, amantes de la juerga y de la música, del Madrid loco de las fiestas improvisadas, de una ciudad que hacían suya recorriéndola de la periferia al centro, como si el paisaje urbano no tuviera más límites que el que pusieran sus propios pasos.

El ojo juvenil de Almodóvar retrató todos los madriles , el Madrid de barrio periférico y pobretón en el que se amontonó la inmigración que venía del sur en los años sesenta y el Madrid del centro, el que fue bautizado como el Madrid de la movida. Si la época de ese fenómeno cultural discutible llamado Movida Madrileña se situó en la década del ochenta, fue Pedro Almódovar quien certificaría su inauguración con esa primera película.

Son especialmente representativas de la época dos de las actrices que encabezan el reparto: Carmen Maura y una Alaska de apenas dieciséis años. Carmen se convirtió en la musa almodovariana durante una época y Alaska, en un ícono de la música pop y en la reina del mundo gay (aún sigue siéndolo). Carmen Maura fue algo más que una actriz para el director. Más allá del nombre, tan simbólico, Carmen representaba físicamente un tipo de española con la que cualquier mujer podía sentirse identificada. Atrás quedaban las contundentes tías buenas que llenaron las pantallas en la época del "destape", aquellos argumentos tan reaccionarios y vulgares, pero que al menos acostumbraron al pacato pueblo español a ver señoritas en pelotas y ahorraron muchos viajes de nuestros padres a Biarritz y a Perpignan. Carmen era otra cosa, Carmen era una más, una mujer de físico expresivo, aunque no despampanante, morena y pequeña, que asumía con una naturalidad pasmosa las procaces frases que Pedro ponía en su boca.


Fue tal el impacto de las primeras películas de Almodóvar, Pepi, Luci, Bom , ¿Qué he hecho yo para merecer esto? o Mujeres al borde de un ataque de nervios , que cualquiera que tuviera un oído afinado se daba cuenta de que la forma de hablar de los personajes almodovarianos se fue trasladando al habla común; es cierto que él tiene una empatía con el lenguaje popular, pero yo estoy convencida de que nosotros lo hemos copiado más a él que él a nosotros.

Siguiendo la estela de los artistas populares, sus obras se acabaron confundiendo con la realidad de tal manera que no se sabe qué existió antes, si el desparpajo de las chicas reales o el de sus películas. Las chicas de los años ochenta, aquella muchacha de veintitantos que yo era cuando trabajaba en la radio pública, asumimos el tono y la fraseología almodovarianas como si hubiera estado ahí desde siempre. Era un estilo jocoso que aún perdura en el habla corriente, expresivo, procaz, deudor de las expresiones de las abuelas pero moldeable a la realidad presente; ese estilo creó escuela también en el cine, en el periodismo, en la literatura, y yo me siento deudora de él y agradecida, porque nos ayudó a usar el lenguaje como si fuera chicle, como hacían los artistas pop, con absoluta libertad, a componer el estilo sirviéndonos de la alta cultura y de la que surge a ras de suelo.


Almodóvar fue, sobre todo, una forma de ver España. Su capacidad creativa nunca ha despreciado nada, echa mano de lo exquisito y de lo vulgar, de lo cultivado y de lo chabacano. La mezcla es insólita. Los españoles advertimos la parodia de nuestras manías y costumbres nacionales y los extranjeros no advierten lo paródico, nos ven, directamente, como el director nos pinta.

Es su cabeza la que nos ha creado. La cabeza de ese dios absoluto que ha modelado un mundo intransferible. Es la cabeza que tengo delante durante todo el concierto y que se distingue tanto de espaldas como de cara. "Es que mi físico es de campesino español. Yo siempre tuve mentalidad de alto, hasta que al final he descubierto que tengo una estatura del montón y me tengo que adaptar", dice irónicamente. Es una coquetería porque no es cierto que su físico sea vulgar, al menos no es eso lo que parece en este patio de armas reconvertido en centro cultural bajo el cielo ya sin estrellas de Madrid. Ahí están, mirándome, reclamando siempre atención con una gracia expresiva de la que se sabe dotado, esos ojos ardiente idénticos a los de los pobres ennoblecidos que retrataba Velázquez.

De Almodóvar se destacan hasta las manos, anchas, de dedos tremendos, que se abren y se cierran para enfatizar una frase, como las de las estrellas del cine mudo, y de las que él se vale continuamente para cautivar a sus interlocutores o para indicar a los actores con los que trabaja cómo han de abordar una secuencia. Es coqueto, sí, despliega una coquetería envuelta a menudo en una cierta negatividad hacia sí mismo, pero coquetería al fin y al cabo y perfectamente consciente del lugar que ocupa en el mundo.

Es el hombre ante el que se puso de rodillas Kathy Bates, el que ha escuchado insinuaciones de Lauren Bacall, Meryl Streep o tantas otras. ¿Cómo encaja eso? Probablemente, con más soledad de la que ha tenido aquel joven manchego que abandonó el pueblo para conquistar la capital. Lo ha confesado en los últimos tiempos.

Está solo o se siente solo, pero lo dice como si se tratara de algo contra lo que ya no se puede luchar ni gastar energías. Yo he visitado el terreno de su soledad. Desde Hable con ella he tenido la suerte de leer sus guiones cuando salían del horno y pasar una tarde con él charlando e intercambiando impresiones.

Debo confesar que en casi todos nuestros encuentros he servido más como oyente que como interlocutora. Pero no me importa ni me frustra; me gusta ser testigo de un proceso creativo. Por otra parte, es difícil estar al lado de Almodóvar y no asistir a una especie de monólogo trufado de gestos melodramáticos, anécdotas y expresiones hilarantes.

El interlocutor, como es mi caso, que se sabe menos rápido o menos locuaz, se retrae y se convierte en mero espectador. No cabe duda de que nació para jefe. Es difícil imaginarlo en el papel de empleado, siguiendo órdenes que no puede contradecir y callando aquella impertinencia que tiene en la punta de la lengua.

Es difícil. Almodóvar es el que manda. Está en todo, en el guión, en el decorado, en los trajes de sus actores, en la música, en los títulos de créditos. Tiene los mejores artistas a su servicio, pero él es el que manda. Por supuesto que es algo que hacen todos los directores, pero él tiene clarísimo cuál quiere que sea el resultado final en cada una de las artes que intervienen en una película.

Eso es precisamente lo que le dije aquella tarde, delante del guión de Hable con ella : "¿Qué puedo decirte yo, si tú tienes ya en la cabeza todo lo que deseas?"


Nuestras conversaciones siempre han discurrido en su territorio, en la oficina de su productora, El Deseo, en donde todos, desde su brillante productora ejecutiva, Esther García, hasta su hermano Agustín o su secretaria, Lola, pasando por los empleados, se afanan en hacerle la vida fácil para que pueda dedicarse a lo que le interesa por encima de todo, hacer películas. Almodóvar, el director que supo retratar con más tino la vida alegre y gamberra, es un trabajador obsesivo y siempre anda escribiendo varios guiones al mismo tiempo, sobre los que habla, interpreta escenas y pide consejos que no se sabe si harán mella en él.

Los decorados en los que transcurre su vida, que se diría que es sobre todo laboral, son tan expresivos como su cine y están llenos de colores, de esos objetos cañís que él convierte, con su toque, en arte moderno. En Almodóvar está muy presente su infancia, la influencia materna, la familia, las llanuras desoladas y evocadoras de la Mancha. Es de pueblo. Eso se nota y no se puede cambiar, así que ha optado por lo más inteligente, aprovechar, como hicieron García Lorca o Juan Rulfo, la expresión popular, sacarla de su contexto natural y convertirla en algo abstracto y extraño.


Eso pensábamos mi marido, Antonio Muñoz Molina, y yo, cuando asistimos hace unos seis años al estreno de Hable con ella en el Lincoln Center de Nueva York. Estábamos rodeados por el público más internacionalmente glamouroso que pueda darse. A nuestro lado, Jessica Lange, Lou Reed, Paul Auster e hija, la escritora Toni Morrison, Kathleen Turner Viéndonos allí, únicos personajes anónimos en aquel palco de oro, pensamos, si alguien nos preguntara ahora quiénes somos o qué hacemos aquí, ¿qué diríamos?

Nos reímos al pensar que lo más sensato que podríamos contestar es que éramos familia. Y no era del todo inexacto, lo que hemos sentido al ver las películas de Almodóvar en el extranjero ha sido una cercanía familiar. La misma que sentí aquella otra noche en Nueva York, cuando, desde un taxi, vi su pelo tieso, también por detrás, y salí corriendo del coche hasta que lo alcancé en una esquina de Central Park West, ¡Pedrooooo!


Una de la madrugada. Ya a punto de marcharme para casa le digo: "Me voy ya, que mañana tengo que escribir sobre ti". Me dice que él no podría escribir todo un texto seguido, sin levantarse de la silla, que últimamente duda mucho. Otra coquetería. Eso lo dice quien escribe un guión con cada mano. "Bueno, le digo, no será difícil porque conozco al personaje". O creo que lo conozco. He vivido con sus películas. He sentido la influencia de sus películas. Dejé de ser una chica de vaqueros eternos, camisa ancha y melena lánguida para pintarme los labios de rojo, acortarme la falda, volverme pelirroja y ver mi ciudad como un escenario que ha de ser usado para la vida intensa.

Camino para tomar un taxi. Me acompaña el actor Javier Cámara, amigo y actor prodigioso, que ha tenido dos papeles muy significativos en las películas de Almodóvar: el enfermero de Hable con ella y el travesti de La mala educación . Javier sabe mejor que nadie lo que supone trabajar con un director así, significa (lo han visto mis ojos) que vaya por Nueva York y haya mucha gente que lo reconozca y lo felicite por aquel Benigno loco de Talk to her . Le digo que me cuente algo especial que Almodóvar le haya dicho en alguno de estos rodajes. Se queda pensando y, de pronto, su cara se ilumina con una sonrisa. "Mira, sucedió en los primeros días de Hable con ella. Estábamos rodando una de las primeras escenas cuando, de pronto, me tomó del brazo y me dijo en un aparte: ´Javier, no sonrías tanto, que no parezca que estás encantado de trabajar con Pedro Almodóvar ". Nos da una risa que suena limpia y solitaria en este Madrid vacío de agosto.

Ya en el taxi pienso cómo será vivir un reconocimiento sin fronteras, ser considerado por la crítica francesa o norteamericana como uno de los directores esenciales de todos los tiempos, saber que tu nombre está situado al lado del de Fellini o el de Billy Wilder. ¿Qué es lo que se desea después de haber conseguido ese lugar en el escalafón? Por lo que veo, el único refugio posible es el de seguir inventando historias, ser el jefe de una troupe de cómicos que sonríe encantada de trabajar con Pedro. ¡Cómo no iban a sonreír!

Elvira Lindo es una pluma inquieta que destila inteligencia, ironía y humor tanto desde sus libros de ficción, muchos de ellos para chicos, como desde los artículos de opinión y las divertidas columnas que suele publicar en el diario español El País.