martes, 21 de abril de 2009

LA VIOLENCIA ES LA CLAVE DEL CINE

Gabriel Ferreiro

Recientemente, en uno de esos debates que tanto me gusta iniciar por la sola intención de hablar de algo más que de pósters, tráilers y blockbusters basados en famosos cómics, alguien comentó algo en torno a la violencia en el cine, un tema que a lo largo de los años, hasta la actualidad (y lo que te rondaré, morena), siempre ha estado en boca de todos, y que es empleado, de cuando en cuando, por los medios de comunicación de forma asquerosamente manipuladora e ignorante. Pero es lo que hay en estos tiempos de bienpensantes y de bienintencionados que, a mi modo de ver, no tienen mucha idea de cómo funciona el ser humano ni de para qué sirve el arte.

Vayamos al grano y cojamos al toro por los cuernos, argumentando una idea que ya dejé más o menos esbozada en aquella locura de texto en torno a‘300’: no existen gran arte, esto es, un arte importante, que sobreviva al tiempo, sin violencia, sin una investigación sincera y valiente de por qué el hombre es esta criatura ambivalente y terrible, incapaz de madurar sin dolor y sin sufrimiento. De la capacidad del artista para introducir la violencia, o simplemente para entenderla, depende, por ejemplo, encontrarse ante una buena película o una película que no valga la pena. Así de sencillo. Me explico.

Quizá lo mejor sería también dejar claro qué es violencia para el que suscribe esta entrada. Porque si acudimos a la RAE lo que aparece es lo siguiente: 
violencia.

(Del lat. violentĭa).

1. f. Cualidad de violento.

2. f. Acción y efecto de violentar o violentarse.

3. f. Acción violenta o contra el natural modo de proceder.

4. f. Acción de violar a una mujer.

Pero esto seguramente les sepa a poco a la mayoría, a mí incluido. Yo creo que lo que entendemos todos por violencia en realidad es una concepción muy reduccionista de ella. Porque supongo que estaremos de acuerdo en que la violencia es algo más que ríos de sangre y de casquería fina. Eso, más bien, es grafismo gore. Morbo (que a veces comparto, todo sea dicho…) por presenciar la destrucción del cuerpo humano, su fragilidad material. Pero violentarme, lo cierto es que no me violenta nada, la mayoría de las veces. Puede impresionarme por su salvajismo o asquearme, o provocarme rechazo, pero para que me violenten algo más tiene que suceder en la pantalla.

Estoy por afirmar que la violencia es imprescindible para crear una buena película. Ahora bien, cualquiera le dice algo como esto a un profesor de comunicación audiovisual, o a un periodista de espectáculos, y se te queda mirando como si acabaras de llegar de marte. Pero es que el arte ha de provocar una intensa conmoción emocional, ese milagro que tan raras veces ocurre y que tanto tiene que ver con violentarse, con despertarse de un estado de modorra intelectual en el que se acepta lo que hay. Por eso quizá el arte ha de ser incómodo, desagradable por naturaleza, aunque sólo sea a un nivel muy sutil.

A mi modo de ver, el arte comienza y termina con el hombre corriente, o con el ser humano en toda su complejidad y en su terrible dualidad. Si esto es así (y creo fervientemente que es así), es imposible crear arte sin dar testimonio de la oscura violencia que le define. Porque en sí misma la violencia no es buena ni mala, es y nada más. El sexo, incluso el más cariñoso, es violento. El nacimiento de un bebé es violento. La violencia no es oscura o malvada. Es el hombre el que puede ser oscuro y malvado. Ni más ni menos. Está en nuestra naturaleza desatar la violencia de nuestro interior, pero también darle una forma creativa o destructiva. Quizás esa sea la línea que separa a los dos grandes grupos de personas: los que crean (¿artistas, o personas creativas?) con la violencia, y los que destruyen con ella.

Haciendo memoria conozco pocas secuencias más violentas en toda la historia del cine que aquella en la que George Bailey (inolvidable James Stewart) golpea a su amigo Bert (fordiano, como siempre, Ward Bond) después de que su mujer huya de él porque ni siquiera le reconoce, en la que quizá sea una de las más hermosas películas que he visto jamás, ‘It’s a Wonderful Life’He de reconocer que cada vez que veo este momento doy un respingo involuntario en mi asiento. Me siento literalmente como si fuera yo el que golpease a ese personaje, y no sólo eso, siento la culpa de haberlo hecho y la ceguera de la locura que embarga a George Bailey. El drama de esa película (no olvidemos que dram en griego significa acción) está tan bien formalizado, es tan intenso, que la violencia te purifica.

Me parece el mejor ejemplo para argumentar que la violencia en el arte ejerce, cuando es un arte elevado e importante, de catarsis emocional, de liberación. Por eso quizá es tan importante que el artista sea tan honesto, tan sincero. De lo contrario la catarsis puede convertirse en justificación de la violencia, en espectáculo de ella, tal como sucede en la deleznable ‘La naranja mecánica’, que con la excusa de hablar sobre la violencia termina haciendo un show insufrible y divertido con ella. Si a lo largo de la historia el cine se ha enfrentado con ese problema, y ha tenido en figuras importantísimas del cinematógrafo como Akira Kurosawa u otros artistas, a personas capaces de hablar de ello y de mostrarlo de forma cruenta pero lúcida, es porque el cine está en disposición de no entregarse al morbo por el morbo, como algunos creen, y a tratar temas resbaladizos con dignidad.

Pero volveremos al tema una y otra vez, y los medios de comunicación encontrarán a sus cabezas de turco, como el ínclito Quentin Tarantino, quien una vez dijo, a tenor de una protesta de algún periodista sobre la violencia de sus películas, que haría la película más violenta de todos los tiempos algún día. ¿Cuánto nos apostamos a que sale alguien con el tema antes y durante el estreno en cines de ‘Inglourious Basterds’? Pero ya pasó con el estreno de ‘Bonnie & Clyde’, con la que Arthur Penn escandalizó a su época en cuanto al tratamiento de la violencia en el cine. No sólo había muchos tiros en aquella secuencia, sino un salvajismo psicológico lleno de desesperación. Y es que la violencia física depende de la psicológica, más aún en un mundo globalizado donde encendemos la televisión y vemos incontables muertes en genocidios de medio mundo, para después servirnos una cerveza.

“No hay nada moral o inmoral en el arte, un artista puede expresarlo todo”, decía Oscar Wilde. Sin duda para el Kubrick de ‘La naranja mecánica’ o para el Gibson de ‘La pasión de Cristo’, esto significa que pueden inundarnos de violencia sin sentido y encima vanagloriarse de lo valientes que son. Pero en mi opinión, aquel gran artista quería decir que el arte no es un medio ideológico (algo de lo podríamos hablar en otra entrada), ni de mensaje anti o pro violencia. La belleza anda por otro lado, y a lo mejor para llegar a ella no hay más remedio que mostrar lo terrible, por que en lo terrible anda en cerrado lo bello, y lo bello en lo terrible.

Pero pensemos, ya para terminar, en el cuento de caperucita. Repasémoslo, pero sin el lobo. Caperucita iba a ver a su abuelita, y para eso escogió el camino del bosque, siguió andando y…siguió andando, y después siguió andando y…bueno pues al final llegó a casa de su abuelita, y juntas se comieron las galletas que le había hecho su madre. ¿A quién le importa ese cuento sino aparece el lobo, es decir, la violencia, la tensión? De hecho, queremos que aparezca el lobo. ¿Cómo íbamos sino a aprender que hay que tener cuidado cuando vas solo por un bosque sombrío?

1 comentario:

Un señor mayor dijo...

"¿Bienintencionados, bienpensantes...?"

Ea, yo también califico, que mola cantidad:

Cafre, bruto...

Así que, según tu docta opinión, el arte debe servir para explicar la terrible realidad del ser humano, violencia incluida; o al menos eso es lo que mi mente inferior ha deducido después de leer tu texto.

Volencia=buen cine
Ecuación curiosa.
A mí, a bote pronto, se me ocurre un buen montón de películas excelentes que no recurren a la violencia: "In the Mood for Love", "Los puentes de Madison", "La rosa púrpura de El Cairo", "Las llaves de casa", "Secretos y mentiras", "Historias de Filadelfia"... Y la cosa puede continuar casi hasta el infinito; a nos er que el caballerete también considere que la "violencia emocional" entra dentre del saco...

Te aseguro que se puede hacer una película que explore la negrura del ser humano sin necesidad de recurrir a la violencia. Sólo hace falta talento...

¿Que el sexo es violento...? No en mi caso. No sé qué extraños juegos pondrás tú en práctica.
¿Que un nacimiento es violento...? Yo he estado en varios. Son dolorosos para las amdres; pero no violentos. Porque se entiende que al habalr de violencia nos referimos a actos de agresión. ¿Acaso el niño, cuando se decide a nacer, agrede a la mamá...?

Sí, drama significa acción; es decir, algo que se representa -y no se escribe o se relata de forma oral-. Una conversación puede ser representada; igual pasa con un beso, con un partido de fútbol, una boda, una conferencia de prensa, una entrevista de trabajo, la ruptura de una pareja, la muerte de un ser querido... y un millón de cosas más, no necesariamente violentas.

¿Que la violencia purifica? Chico, pareces Torquemada. Si quieres ve en busca de herejes e infieles y quémalos después en la hoguera, para deleite de los que como tú empiezan a salivar con un montón de tiros y puñetazos.

Decía Walter Bejamin, a propósto de tiempos pasados, que había dos tipos de manifestaciones artísticas: aquellas destinadas a las elites, o sea, la gente que habñia tenido la oportunidad de educarse; y aquellas que iban dirigidas a la "masa", formada por todos los que no tuvieron acceso al conocimiento. En la segunda categoría uno se podía enontrar obras tan hermosas como las imágenes de Epinal, ni más ni menos que estampas macabras sobre asesinatos y crímenes.
Hoy no hay tantos problemas como antes para tener una buena formación. Pregunto pues: ¿eres tú chusma?

Y no seas leísta.


¿Que la violencia