viernes, 6 de febrero de 2009

BOGOTA 39: JÓVENES? REPRESENTATIVOS? DEL POST-BOOM?



B39, ¿es obligado tragarse la pastilla?

Por Ernesto Pérez Chang

 

Cuando escuché hablar sobre Bogotá 39 en La Habana, no pensé en esa extraña película surrealista operformance decadente que sufrimos algunos en la tarde del sábado 24 de enero. Tal vez esperaba demasiado pero, acostumbrado a reuniones similares –quiero decir con grupos de escritores de países diversos que desean dialogar con otros grupos de colegas que les son desconocidos– me preparaba esa tarde para escuchar sobre experiencias personales, individuales, de un tropa de narradores a los que algunos medios han enaltecido al parecer por el oficio y no por su presencia afortunada en circuitos editoriales establecidos por los mercados. Minutos antes de comenzar la promovida "tertulia", habiendo visto el barullo de periodistas y camarógrafos, también la moderada etiqueta de algunos colegas –y teniendo en cuenta el banquete posterior que se anunciaba, susurrado muy discretamente, en alguna residencia de El Vedado–, me reafirmé en la idea de que tal vez aquella fracción mínima de Bogotá 39 merecía nuestra recepción y que todo cuanto se había rumiado hace apenas unos años acerca de la extraña orquestación y hechura del grupo, era palabrería maliciosa o rechiflas de despechados.

La manito de escritores que arribó a la sala Villena de la UNEAC, casi una hora más tarde que lo anunciado, lo hizo en compañía de la que se supone sea la escritora cubana más importante de estos momentos: Wendy Guerra. A ella le dieron el micrófono como derecho de convidado, aunque le negaron la palabra como don natural, y creo que esta fue la señal para que comenzara un espectáculo de más de dos horas de duración donde los disparates, las perogrulladas, las poses y los galimatías, más una sesión de lecturas espantosas –donde por suerte la anfitriona se abstuvo de participar–, trazaron los contornos del patetismo de uno de los últimos globos inflados de los actuales trapicheos del libro, y no de la literatura, en Hispanoamérica. Aunque cada uno de ellos jure y perjure que la iniciativa de los organizadores de tal engendro nació aislada de los mecanismos mercantiles y del amparo oficial (político, quieren decir, con lo cual justifican la ausencia de aquellos escritores llamados "oficialistas"), y que sólo los ha movido el deseo de leer y ser leídos por cofrades distantes, la ingenuidad o la perversidad de ideas similares a las anteriores me provocan tal irritación que me he prometido que, de anunciarse un encuentro similar, promoveré sin compasión la primera "tomatina" habanera. Es cierto que la sala Villena ha soportado de vez en cuando algunos desencuentros lamentables pero ninguno en tal grado de la estulticia humana y la bobería intelectual. No creo que los espacios culturales para posar de variados y plurales deban tolerar cuanto de humano exista pero a su vez puedo entender que quizás pocos de los que organizaron la visita esperaban aquella croqueta vespertina de aburrimiento y descoco. Y sólo ahora, según me permitieron escuchar los bostezos míos y los ajenos, recuerdo algunas cosas, entre miles, buenas para una antología. De la boca de Tais, y quiero creer que de su cabeza, salieron ideas como esta de que B39 es la promoción inmediata al Boom (con lo cual borra de una guantada torpe, tal vez ingenua e ignara –no creo que provocadora ni irreverente– a más de un millar de títulos y autores latinoamericanos), o que la Casa de América –se refiere a la de Madrid y no a la de La Habana— desempeñó un papel único en la promoción del Boom narrativo latinoamericano después de 1969, con lo cual hecha tierra sobre los verdaderos núcleos gestores. De la misma ralea que las anteriores, los discursos fueron plenos de frases como para no ser olvidadas jamás cuando a alguno le dé por la aventura de una historia universal del disparate. Claro, quienes acompañaban a Tais en el concierto sabatino, no lo dejaron hacerse con los mejores desbarros, y cada uno improvisó los suyos con los peores materiales: falsos y empalagosos elogios, intentos fallidos de bromas y coqueteos, omisiones escandalosas, alergia crónica ante palabras y temas como "posboom", "mercados", "ideología", "literatura cubana escrita en Cuba", "proyectos institucionales", "iniciativas personales". A sus anchas en aquella contienda de yoyos, el ejemplar centroamericano bufaba de orgullo por contarse entre los tres únicos de la región que fue votado por el conciliábulo de Bogotá,1 contra tal exclusividad lo asaltó con protestas Wendy Guerra para descubrir mucho después que ella no era centroamericana sino Caribeña. Hubo de explicárselo, muy despacio, alguien del público que estuvo a punto de sacar un mapa para impartirle una pequeña clase de geografía básica, pero aún así se deprimió con la idea y creo que esa noche se marchó convencida de que todos éramos unos enajenados con obstinadas pretensiones insulares. Bueno, de cierto modo –según reconoció públicamente— ella siempre había estado sola con sus ideas, sola como "su generación". Aunque aún no descubro si se refería a la generación de ella misma en el país de Nunca Jamás. Porque en un arrebato lastimero le dio por hablar –por supuesto que mucho después de aclarar que hacía apenas unas horas había llegado de México (el aterrizaje había sido a las diez de la mañana pero eso no hacía mella en la noticia. Deseaba decirlo a nuestra tropilla de "narradorcitos" isleños… y lo dijo. En verdad fue lo primero que lanzó al comenzar su cotorreo de la tarde)— en nombre de una generación que, según ella, careció de espacios oficiales o extraoficiales para reunirse e intercambiar ideas. Ella, que solo supo de cantar las mañanitas en aquella "Revista de la Mañana" de la televisión nacional, por supuesto que, sumergida en los madrugones, ignoraba olímpicamente que existían jóvenes escritores, hoy en día narradores de renombre –dos de ellos miembros del B39–, que asistían a encuentros de talleres literarios, a grupos alternativos, no oficiales, como El Establo, que se agruparon alrededor de la Escuela de Letras, específicamente bajo la égida de Salvador Redonet. Ella misma, en los noventa, vivió y disfrutó la apoteosis de los novísimos. Estoy seguro de haberla visto una tarde de presentaciones en el Segundo Cabo. Se la veía embriagada mientras la multitud arrancaba a los vendedores los ejemplares de sendas antologías que Letras Cubanas preparó para promover a una generación absolutamente inédita que hoy publica en Cuba o fuera de Cuba con el notable éxito que los mercados editoriales le permite. En ningún momento nos faltaron los espacios. En lo particular, es cierto que jamás los frecuenté pero sabía que existían. Estaba al tanto de algunos, ignoraba y llegué tarde a otros y mucho después no quise ser parte de algo semejante a un manifiesto demodé. Mi ausencia en alguna antología ha sido las más de las veces o por una decisión personal o por el derecho legítimo de alguien a declararme prescindible; tal vez para Wendy haya sido igual en su momento. Pero quien lo quiso, formó grupo con escritores afines. Nuestra generación, la de los nacidos en los 70 y que comenzó a publicar en los 90, a pesar de las carencias de un infausto Período Especial, no debería mentir diciendo que no tuvimos espacios. Nuestra experiencia ha sido distinta de aquella triste, sí, pero que hoy se debate sin tapujos por sus protagonistas; quizás la nuestra no fuera tan complacida como quisimos pero sin dudas fue mucho más libre que las anteriores (hablamos de todo y nadie nos manda a callar. Y el que hace silencio y jeremiquea por los rincones es porque no sabe escribir; y el que no escribe lo que otros quieren para vender es porque se resiste a mentir). Aunque existíamos, no conocimos los grises y los negros de otros tiempos ya superados, por tanto no creo que sea justo desvirtuar la realidad, distorsionarla con falsos trasplantes. Nuestros problemas de hoy son otros –ningún espacio cultural o político está exento de problemas– y el desconocimiento no debe conducirnos a la banalidad –y a la venalidad– de un discursillo benévolo.

Muchos de los que asistimos a ese sábado con el B39 nos sentimos espectadores de una puesta en escena de cinco o seis autocomplacidos monologantes, entusiasmados con el cascabel del prójimo; con sus poses vacuas –digamos ligh, para que parezca una intención, que no hubo, de su parte– no alcanzaban a vernos a nosotros en medio de un público cuya tarea para ser perfecta debió limitarse al ejercicio del aplauso. Hablaban en una jerga cuajada de símbolos sólo descifrables por los iniciados. Era fácil entender que no habían llegado para dialogar. No necesitaban saber nada. Lo sabían todo. La historia literaria comenzaba inexcusablemente con sus nacimientos y con el de sus editores. Habían llegado a La Habana pastoreados por sus nanas. Aquel cacho del B39, lo comprendí luego de escucharlos, no pretendía  el discernimiento de los otros, tan raros, tan perdedores. Su presencia era, además de un regodeo, un malísimo comercial de radionovela de municipio sólo para hacerse consumir, para pillar necios. Bogotá 39, tal vez así lo pensaron quienes la cocieron, debía funcionar como una píldora, como un comprimido elaborado para provocar amnesias. Antes de ellos, nada, sólo el boom; después de ellos, ellos.

Supe que en la noche sucedió el banquete. No quise ir. Alguien me dijo que a pesar del vino y la noche nada cambió. No hubo conversaciones, sólo monólogos y, de vez en cuando, de parte de algunos ilusos (los cazadores de agentes), saltitos desesperados para llamar la atención. Les advierto, a los que aún guardan esperanzas, que el número 39 no admite sumas y que la H de Habana, ante la B de Bogotá, es muda. Fue concebida así.

 

Ciudad de La Habana, 26 de enero de 2009.

 

Nota:

1.     Me sorprende que los organizadores de B39 encontraran en toda Centroamérica sólo tres escritores dignos de ser promovidos. Me escandaliza, por ejemplo, que ningún nicaragüense forme parte del grupo. El Centro de Escritores de Nicaragua es una organización no gubernamental –es decir, sin vínculo alguno con el gobierno–, completamente financiada por iniciativas externas o por gestiones del poeta Ernesto Cardenal. Cuando visité Managua recientemente pude conocer de la labor del Centro y traje para mi lectura y para los fondos de la biblioteca de la Casa de las Américas algunos libros de gran interés e indiscutible valor.  Me llama también la atención la incongruente selección: tres centroamericanos (todos en el mismo saco) y cuatro cubanos (y creo que los cuatro son de La Habana, o lo fueron alguna vez).

De Cuba son parte de B39:

  • Wendy Guerra, 37 años. También es poeta, ha publicado, la novela Todos Se Van y ha participado en compilaciones de literatura, dentro y fuera de Cuba.
  • Rolando Menéndez, 37 años. Ha escrito tres libros de relatos, Alguien Se Va Lamiendo Todo, premio David (de Cuba), El Derecho al Pataleo de los Ahorcados, Premio Casa de las Américas y la Piel de Inesa, Premio Lengua de Trapo Narrativa, entre otros premios.
  • Ena Lucía Portela, 35 años. Ha escrito: El Pájaro: Pincel y Tinta China; El Viejo, el Asesino y Yo, Premio Juan Rulfo, entre otras obras.
  • Karla Suárez, 38 años. Su primera novela, Silencios, fue galardonada con el Quinto Premio de Lengua de Trapo.


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