sábado, 6 de diciembre de 2008

LA IDENTIDAD EN CUESTIÓN


Los topos 
Por Félix Bruzzone 
Mondadori/189 páginas/$ 35 

¿Qué hay detrás del espejo? ¿En qué medida la identidad personal, eso que llamamos por costumbre "yo", es tan sólo un precario punto de equilibrio en el que nos apoyamos para no perder la razón? Para el misterioso y lacónico protagonista de Los topos , primera novela de Félix Bruzzone, del otro lado del espejo quizá no haya nada, nadie. O peor aún, a lo mejor apenas hay pintura descascarada, hongos, agujeros negros, un rostro amorfo y sin historia que nos "mira" como un topo desde la oscuridad. 

Ya sea debido a sus costumbres subterráneas o a su apariencia grotesca, o porque nos recuerda que venimos de la noche de las cavernas, donde el rostro humano nunca ha sido representado, el topo es un animal que repugna. Por algo, no existen topos de peluche. Por algo, el fastidioso Topo Gigio no era un topo sino un ratón. Y por algo, "topo" se les dice, en la jerga del espionaje, a los delatores y agentes encubiertos. 

Es justamente en esta última acepción, donde el devenir espía -que también funcionará después, para el personaje, como un violento y delirante devenir vagabundo, albañil, travesti- dispara, desde la primera página, todo un complejo dispositivo de proyecciones e interrogantes imaginarios sobre lo real y sobre la propia identidad que, al mismo tiempo, opera como un veloz catalizador de la trama. 

La novela empieza contando, en un tono casi testimonial, el recuerdo de un hijo de padres desaparecidos que oye, por boca de sus abuelos, que su madre "durante el cautiverio en la ESMA, había tenido otro hijo". 

No obstante, a las pocas páginas de Los topos , esta conjetura se transforma en una completa incertidumbre que no sólo pone en jaque la identidad de la primera persona que narra sino que, además, impulsa abruptamente el relato hacia una zona fantástica o psicológica; más próxima, en todo caso, a las distopías paranoicas planteadas por la ciencia ficción que a los cánones del realismo. 

De un modo audaz y personal, asumiendo el riesgo de lo "políticamente incorrecto", Bruzzone se aventura a indagar en las huellas ominosas que ha dejado el terrorismo de Estado en las nuevas generaciones, desde un punto de vista que no está, quizá, tan lejos de la teoría queer de la construcción y la deconstrucción de los géneros. Por momentos, el queer vira hacia el punk más extremo, al estilo de esos videos extravagantes de Bruce LaBruce en los que la pornografía se entrevera con el cine de clase B. En otros momentos, la novela remeda los sangrientos titulares típicos de la prensa amarilla que directamente se transcriben hacia la mitad del relato: "Travesti violado y muerto en un cementerio. Travesti ahogado en el Río de la Plata. As del fratacho: niegan trabajo a travesti albañil". 

En este sentido, podría decirse que esta novela de Bruzzone -autor, también del reciente 76 , una colección de relatos- consigue algo virtualmente imposible en la literatura argentina: unir a Copi con Rodolfo Walsh, vaciar el registro policial en el travestismo más hardcore -y viceversa- en una narración que fluye por los cauces más coherentes. 

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