viernes, 5 de diciembre de 2008

PENSAR ES UN PELIGRO

Santiago Kovadloff 
Para LA NACION

El pensador, de Rodin, podrá verse, a partir del próximo otoño, en la escalinata del Congreso Nacional, tras los incontables días en que estuvo expuesto al frenesí de los vándalos en la plaza Lorea. Allí, el desdén habitual por la preservación de muchos de nuestros bienes comunes dejó caer sobre su figura todos los descuidos imaginables.

Entregada al abandono, esa espléndida creación más que centenaria ha recuperado, gracias a la difusión que alcanzó su envilecimiento, la perdida notoriedad de que gozó en el pasado. A ello han contribuido (y hay que agradecerlo) los legisladores de la ciudad de Buenos Aires que se empeñaron en convertir en ley la obligación de restituirle a El pensador, de Rodin, la dignidad que le había sido arrebatada, pues fue reubicado donde se supone que ya no podrá alcanzarlo el desprecio.

Mediante El pensador , Auguste Rodin ha querido celebrar exactamente lo contrario de cuanto alentó los ataques que ha venido sufriendo su obra: el afán de comprensión, la subordinación del impulso al esfuerzo reflexivo, el espíritu crítico y la creación de ideas. Creo, sin embargo, que quienes a lo largo de tanto tiempo arremetieron contra esta figura emblemática no lo hicieron con la intención premeditada de vulnerar lo que la estatua simboliza, porque para eso habría que saber, de algún modo, lo que ella simboliza. Me parece, más bien, que lo que se propusieron fue algo infinitamente más elemental, más primitivo y espontáneo: imprimir en esa "cosa" que se erguía ante ellos, sin significación discernible, el sello de su pobre paso por el mundo. Y eso, de la misma forma en que el animal impregna con su orina los sitios en los que el instinto le exige imponer su soberanía territorial.

En nuestro caso, la orina son los esmaltes que embadurnan la obra y una inscripción en su base que dice "El Pollo", para que ninguna duda quepa acerca de las alturas a las que se elevan las aspiraciones de identidad de su autor.

Pues bien: con sus heridas sanadas y su esplendor recuperado, El pensador, de Rodin, ocupará, por fin, el lugar al que estaba originalmente asignado cuando la pieza le fue encargada al artista francés. Pero no nos equivoquemos. Allí, en la escalinata del Congreso, nuevos riesgos acecharán a El pensador mientras no se produzcan ciertos cambios cualitativos en el modo de concebir y practicar la tarea parlamentaria. La obra, seguramente, ya no estará expuesta a los desmanes materiales frecuentes hasta ahora. Pero es fácil prever que, dado el desvaído papel cumplido por el pensamiento en ese recinto, otras modalidades de la subestimación podrían afectarla.

Algo de esto presintió con acierto el señor Eduardo Núñez, cuando, en una carta reciente enviada a este diario, advertía: "Si El pensador quiere simbolizar al individuo que reflexiona y razona por sí mismo, creo que salvo honrosas excepciones, la escalinata del Congreso no es el lugar más adecuado para su emplazamiento."

Pero, aun así, no todo es negrura donde predomina la oscuridad. Es cierto que, en lo inmediato, la instalación de la obra de Rodin en el Congreso sólo contribuirá a hacer más evidente todavía la escasa circulación de pensamiento en el ámbito parlamentario. No obstante, también podría ocurrir que, más adelante, su eventual y progresiva valoración diera lugar a un módico gesto de autocrítica y, como tal, al comienzo de un cambio indispensable para el sustento de la vida republicana. Después de todo, fueron políticos los que impulsaron la iniciativa de rescatar a El pensador del salvajismo a que ha estado expuesto en la plaza Lorea.

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