lunes, 30 de junio de 2008

ESPAÑA EN 1968: "La, la, la"

Es evidente. Me fascina 1968.

Quiero tratar de reconstruir que pasó ese mítico año, donde parece que después todo se fue a bolina.

Ya habíamos visto el incidente de Massiel con su cuestionado premio en Eurovisión.

Todo este periodo tradicionalistamente conservador y dictatorial duró hasta la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.

A partir de ese momento comienza a gestarse LA MOVIDA, movimiento contracultural español que tuvo su cima en 1981.

Pedro Almodóvar es su máximo exponente en el cine con películas como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1982), Laberinto de pasiones (1982). También Fernando Trueba con películas emblemáticas como Ópera prima (1980) o Fernando Colomo. Sin olvidar a Iván Zulueta y su innovadora obra Arrebato.

Pero mientras vamos a ir viendo que ocurría en la España del 68, según los propios españoles.

Pasar, lo que se dice pasar, en aquel mes de mayo del 68- aquí, en España, no pasó nada o casi nada. Eran tiempos de silencio y lo más vivo eran los ecos del La, la, la con el que Massiel nos metió en la historia de Eurovisión. Mientras, los jóvenes de París, Berlín, Roma, Tokio, Berkeley- entonaban el We shall overcome (Venceremos) de Pete Seeger, popularizada por Joan Baez, himno de una generación que pregonaba, desde la Universidad de Nanterre (París), que "la insolencia es la nueva arma revolucionaria".

Han pasado 40 años y se evocan aquellos hechos con una especie de nostalgia, de la frustración de lo que se hubiera querido, pero no se pudo vivir. Lo cierto es que, orillado el marxismo de Groucho, el cóctel ideológico que supuso en otros países la mezcla de Carlos Marx y todos sus descendientes (Lenin, Trotsky, Mao, Mandel, Che Guevara, Castro, Ho Chi Min, Marcuse, Levi-Straus, Althusser, el situacionismo...) más Freud, Reich, Lacan... apenas se cató en la España del momento. La mayoría de sus obras estaban prohibidas y tan solo una minoría se acercaba a ellas en la trastienda de algún arriesgado librero.

Más allá de la influencia posterior de aquel coyuntural movimiento en los cambios de modos y costumbres que se extendieron por todo el mundo, poco influjo tuvo aquel 1968 en la mayoría de los españoles de la época. Tal vez el recuerdo más vivo sea el nacimiento, en enero, del príncipe Felipe en un año en el que varias universidades españolas fueron cerradas; la victoria del Real Madrid en la Liga; el agricultor Gabino Moral, que ganó la primera gran quiniela con la ayuda de un dado; la llegada a Mallorca del turista 19 millones con Manuel Fraga de ministro de Información y Turismo... y La, la, la.

NUESTRA VIDA,seguía igual.
Resulta irónico que en junio,un entonces casi desconocido Julio Iglesias ganase el festival de Benidorm con La vida sigue igual. ¡Y vaya si seguía igual! Incluso para aquella reducida España clandestina que seguía atenta como podía aquellos acontecimientos: la policía detuvo y puso a disposición del Tribunal de Orden Público, encargado de juzgar los delitos políticos, a más de 2.600 personas. Queda el consuelo de que solo procesó a 585. Algo es algo.

A finales de mayo de 1968, Jean-Paul Sartre comentaba a Daniel Cohn-Bendit, el líder de los estudiantes franceses, en las páginas de una edición especial de Le Nouvel Observateur: "El problema sigue siendo el mismo: mejoras o revolución". Tuvieron que pasar nueve años para que en España se pudiera mantener un debate de perfiles similares, cuando se planteó el dilema entre reforma o ruptura.

Vietnam y sus bombardeos, California y los hippies, Memphis y Luther King, la plaza de Tlatelolco (México) y sus no se sabe cuántos muertos, Praga y los tanques rusos... Aquel año repercutió en España más por el impacto de las imágenes que por su influencia ideológica. Quizá también porque los medios de comunicación, amordazados por la censura, distaban de desempeñar aquí el papel amplificador de la revuelta que desempeñaron en el exterior.

El del 68 fue un amplio movimiento básicamente antiautoritario, una gran revuelta juvenil que planteaba que "cuestionarlo todo supone una actitud mental", mientras aquí había simplemente un antifranquismo minoritario. En tanto que una generación joven --y por ello mutable y transitoria-- pretendía "cambiar la vida, transformar la sociedad", una minoría intergeneracional trataba aquí, simplemente, de respirar en libertad. El antibelicismo que actuó como detonante en otros países encontró en España un escaso eco de solidaridad con Vietnam o los movimientos de liberación del Tercer Mundo.

Si la predisposición a la revuelta se expresaba en los campus de Nanterre con el grafito ¡Acumulen rabia!, la represión ahogaba aquí cualquier pretensión contestataria. Y la espontaneidad, que dejó perpleja a la izquierda europea, contrastaba aquí con un dirigismo conspirativo en el que era impensable la proclama universitaria parisina Tenemos una izquierda prehistórica, mientras Daniel Cohn-Bendit proclamaba que los sindicalistas eran unos "crápulas estalinistas". Tal vez fue premonitorio: aquello fue el principio del fin de la izquierda heredera de la Tercera Internacional comunista.

SIEMPRE TRASla tempestad,
viene la calma, y la insolencia de las barricadas dio paso a la normalidad. Ya se leía en las paredes parisinas: "No hay pensamiento revolucionario, solo hay actos revolucionarios". La derecha francesa arrasó en las elecciones de junio, la invasión soviética marchitó la primavera de Praga, siguieron los bombardeos en Vietnam, en Estados Unidos ganó Nixon- y España soportó nueve años más la dictadura.

En la Facultad de Ciencias Políticas de Censier se reclamaba "la voluntad general, contra la voluntad del general". Puestos a comparar, y con la distancia de 40 años, la verdad es que, general por general, siempre habría sido preferible De Gaulle. Llevaba 10 años en el poder, desde los sucesos de Argel de 1958, y en la gran manifestación parisina del 13 de mayo ya empezó a corearse "¡Dix ans, ça suffit!" (10 años es suficiente). Duró un año más.

No hay comentarios: