martes, 28 de abril de 2009

EL DIBUJO ANIMADO DE ARTE: HAYAO MIYAZAKI

Tomado de LA BUTACA y escrito por  Miguel A. Delgado

No es el lápiz lo que convierte a Miyazaki en único, sino la manera de concebir su arte. Uno duda qué es más difícil: hacer realidad lo fabuloso en secuencias poderosísimas, o hacer perfectamente creíble la amistad entre dos niños.

Hay frases que se terminan convirtiendo en lugares comunes y, en gran parte, en falsedades. Porque si hay algo que se enarbola al mencionar el nombre de Hayao Miyazaki, uno de los mayores magos de la animación de todos los tiempos, es su condición de superviviente irreductible de una época en la que toda la magia descansaba en el lápiz, sin ayudas informáticas ni tridimensionales. Pero se trata de una oposición que pierde gran parte de su razón de ser según con quién se compare: sin que importe la técnica empleada, el mundo de Miyazaki está mucho más cerca del de Pixar que del de otras obras creadas mediante la animación tradicional. ¿Y qué ley rige en ese mundo? La de la posibilidad de dar vida a cualquier historia capaz de ser imaginada sin temor a los caminos que vaya tomando, creyendo en los espectadores (sean niños de cinco años o adultos con ansia de dejarse llevar por la ilusión) y, sobre todo, en la profunda capacidad poética de crear algo que no existe en la realidad.

“Ponyo en el acantilado”, su último título en llegarnos, no hace más que confirmarlo. Las primeras informaciones que leímos de quienes tuvieron la oportunidad de verla en el pasado Festival de Venecia coincidían en calificarla como “menor”. Y sin embargo, después de verla, uno se pregunta cómo puede llevar semejante adjetivo una película capaz de adoptar, sin embarazos de ningún tipo, una narrativa y construcción de personajes dirigida a los más pequeños. Desde luego, creer que una cinta capaz de mantener sentados ante ella a los más jóvenes espectadores es “menor” significaría que títulos prefabricados como “Madagascar” han hecho más mella en nuestra concepción de qué es lo infantil de lo que parecía a primera vista.

Ante todo, hay una sensación de verdad en lo mostrado, no importa que raye en la inverosimilitud de presentarnos a una pececita con rostro humano y hermanos que se transmutan en olas para llevarla hacia la tierra. Y es que junto a secuencias de ese tipo, poderosísimas, es capaz de hilvanar otras aparentemente más sencillas pero de enorme dificultad, en las que asistimos divertidos al asombro de Ponyo ante cada gesto cotidiano de Sosuke y su madre. Ya puestos, uno duda sobre cuál de los dos aspectos es más difícil: hacer verdad lo fabuloso (en su sentido estricto de fábula) o hacer perfectamente creíble y real la amistad (¿el amor?) entre dos chiquillos.

Uno podría pensar que degustamos obras maestras a espuertas cada semana, si una cinta que logra todo esto puede ser despachada con el displicente calificativo de “menor”. De hecho, lo único verdaderamente triste de todo esto es la sensación de que Miyazaki es ya el último de una escuela, un genio al que aún se le permite hacer lo que quiere porque se ha ganado a pulso un estatus que probablemente nadie más alcanzará (no desde luego su hijo, que en “Cuentos de Terramar” literalmente destrozó el enorme potencial de la obra de Ursula K. Le Guin, aún a la espera de un realizador que le haga justicia). Pero no nos confundamos: no es el lápiz lo que convierte a Miyazaki en único (estoy totalmente convencido de que si, hipotéticamente, un buen día decidiese dar el salto al píxel, su talento permanecería intacto), sino la manera de concebir su arte. Sólo él y la bendita productora de California que citábamos al comienzo siguen siendo garantía de maravilla. Y no nos equivoquemos: no existe ninguna maravilla que sea menor. La maravilla es siempre eso, maravilla. Pura y simple.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente opino que la genialidad de Miyasaki, reside en haber transpasado la barrera de limitaciones humanas en cuanto a manera de expresión.
Esa mismas barreras que nos impiden a mucha gente poder plasmar nuestros propios deseeos en papel, o en un simple escrito.

De acuerdo totalmente en que no es una cuestion de técnica de dibujo, puesto que he visto a muchos artistas que a pesar de tener un trazo impresionante no dejan una huella en el corazón o un recuerdo impactante en la memoria como lo hace Miyasaki en sus creaciones.

Genialidad se le llama a eso.