Me callo y les dejo con el comentario de los que ya vieron su capítulo piloto.
HERNAN CASCIARI - 09 de junio, 2008
Hacía tiempo que no veía un comienzo de serie tan prometedor, así que escribo con alegría, pues no esperaba que junio (siempre tan raquítico) ofreciera algo semejante. Acabo de ver el capítulo piloto de Swingtown, amigos. Y no hay razón en el mundo para que no empiecen a bajarse la serie ahora mismo, incluso antes de pasar al segundo párrafo de esta reseña. Confíen.
Primero, hablemos de la historia. Estamos en Norteamérica, en julio de 1976, a horas del bicentenario de la independencia. El matrimonio Decker (Susan y Bruce) se están mudando de barrio. No se van muy lejos, a tres o cuatro calles de su casa de toda la vida, donde criaron a sus dos hijos adolescentes. Son una familia normal.
Se mudan a una casa más grande, justo frente al hogar del matrimonio Miller (Tom y Trina) que no tienen hijos y viven una 'relación abierta'. Es decir que son swingers: intercambian parejas y ofrecen fiestas interesantes donde se pasea la coca, la marihuana y las pastillitas de colores. La parte guay de los setenta.
Los liberales Miller ven por la ventana la llegada de los tradicionales Decker y se les hace agua la boca:
—¿Qué piensas de los nuevos vecinos? —preguntará más tarde Trina a su esposo.
—Parecen agradables —responde Tom—. Atractivos. ¿Estás interesada?
—Aún no lo sé —dice ella.
—Parecen un poco honestos y morales —aventura él—. Podrían ser algo difíciles de persuadir.
Pero ella responde, con una sonrisa encantadora:
—Lo fácil es aburrido.
Tres parejas, tres formas de vivir los setenta
Los Decker son exactamente como los vislumbra Trina: agradables, atractivos, honestos y morales. Y también muy amigos de una tercera pareja, los Thompson (Janet y Roger), que también parecen honestos y morales, pero no resultan demasiado atractivos y sí en cambio un poco pacatos.
Estos tres matrimonios configuran un croquis a escala de las relaciones interpersonales en los años setenta, tan tumultuosos para algunas familias y tan decentes para otras.
En la fotografía aparecen los tres matrimonios ubicados en orden moral: a la extrema izquierda los Miller, y a la extrema derecha los Thompson.
Bruce y Susan Decker están en medio, como se ve, pero riéndoles las gracias a la pareja demoníaca. Los viejos amigos santurrones, en cambio, permanecen rígidos y alertas. Él incluso parece abrazar a su esposa con menos amor que recelo.
Hay un cuarto matrimonio, los Saxton (Samantha y Gail) que aparecen brevemente en el episodio piloto, pero sospecho que encarnan a la ultra izquierda liberal: están limadísimos: siguen viviendo la resaca de los sesenta, entre orgías descabelladas y drogas duras.
En esta maqueta de una década, de trazado maravilloso, también están los hijos adolescentes de las parejas. Esos hijos somos nosotros, los espectadores que hoy tenemos entre 30 y 40 años. Por eso el planteo estético de la serie, minucioso desde el primer coche antiguo y hasta el último empapelado cursi, nos remite a una nostalgia de juventud inusual. Algunas escenas parecen sacadas de la memoria propia. Y la música, señores, es maravillosa.
Enorme piloto
Swingtown, por sus primeros 46 minutos, tiene toda la pinta de convertirse en una extraña maravilla de la tele moderna. Hacía mucho tiempo que no veía un capítulo presentación tan bien armado, tan sutil y conmovedor. Si me pongo memorioso, podría decir que no veía un piloto tan bueno desde el primer episodio de Six Feet Under, dios lo tenga en la gloria.
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