Cómo puede haber inexactitudes en una comedia? Michael Moore, CNN, 12 de abril de 2002
Bueno, es una obra de opinión. Es mi opinión sobre el últimos cuatro años de
Michael Moore, NBC.
Una versión condensada del artículo fue publicada en La Revista de Libertad Digital, el 23 de julio de 2004.
Introducción
Michael Moore no es un misterio. Es un hombre muy inteligente, hábil, y con clara visión de lo que son las cosas y de cómo deberían ser. Y recurre a su gran capacidad y a los medios que sean más efectivos para transformar la realidad a su gusto. Él se sabe inteligente y lo suficientemente válido como para pasar por encima de restricciones como la verdad o la honradez intelectual. Lo suyo es arrastrar a las masas; guiarlas a donde él quiere que vayan y ha declarado en más de una ocasión que su intención con su última película Fahrenheit 9/11 es echar a George W. Bush del poder. Un motivo añadido para confiar en su éxito está no solo en su confianza en sí mismo, sino en la estolidez de su público. Para Michael Moore, los americanos “son posiblemente la gente más tonta del planeta. Nuestra estupidez es vergonzosa”. Lo que es un misterio es precisamente el público. Es difícil explicarse cómo es posible que haya gente, y la hay por centenares de miles, que salga encantada de la sala tras dos horas de haber sido sometido a una intensa sesión de manipulaciones y mentiras. Gente que se ve a sí misma como crítica, rebaja esa actitud hasta la nada, quizás porque le gusta el mensaje que está comprando. En principio hay tres explicaciones posibles. Una de ellas es precisamente el partidismo; pero poca confianza ha de tener uno en sus convicciones cuando necesita que le mientan para reafirmarse. Otra explicación es que Moore es un genio y esconde en la cinta las manipulaciones más burdas. Y eso es en parte cierto, ya que opta por la desnuda mentira más incluso que en su anterior docuficción, Bowling for Columbine. Pero entonces también resonaban los aplausos tras los pases, y las manipulaciones ahí eran incluso más evidentes.
Mi explicación del éxito de Fahrenheit 9/11 va por otro lado. Como ha dicho genialmente Andrew Sullivan, la docuficción recuerda a una de las orwellianas sesiones de odio de 1984, en la que George W. Bush hace aquí el papel de Goldstein. El odio es la clave. Los sentimientos. Moore apela a ellos, conmueve y zarandea al espectador para que sienta lo que el, un inmenso e inextinguible odio, que anule lo que cada uno tenga de capacidad crítica. Michael Moore no atiende a los datos, porque los ha pervertido, cambiado, ocultado hasta lo enfermizo. Michael Moore no atiende a las razones, porque ha demostrado su absoluto desprecio por ellas, por ejemplo acusando a George W. Bush de una cosa y la contraria en más de una ocasión. La clave son los sentimientos y el propio cineasta llega a mostrar los suyos en la película, como en seguida veremos. Se venga del personaje central por algo que le dijo o se duele de que a él ¡a el!, no le dejaran volar cuando quería.
Su estilo está ya claramente asentado, tanto en sus anteriores películas como en sus libros ¿Qué han hecho con mi país, tío? y Estúpidos Hombres Blancos (de nuevo su absoluto desprecio por el público, dado que el título está dedicado a sus seguidores). Con Farenheit 9/11 su técnica se ha depurado, ya que si bien no deja a un lado la manipulación, que se presta a ser descubierta por el espectador, opta por incidir más en la simple y desnuda mentira. Ha aprendido de las críticas a Bowling for Columbine y la experiencia le ha hecho más hábil, más fino, sin que ello le impida alguna manipulación burda. La cuestión no es baladí, porque ha batido récords de audiencia, y se ha convertido en el documental (sic) más visto de la historia. Moore se ha convertido en un género en sí mismo. Pero ¿Qué cuenta Farenheit 9/11? ¿En qué manipula y miente y en qué opta apelar a la realidad o hacer análisis razonables?
Fahrenheit 9/11. Mentiras y manipulaciones
Gore ganó las elecciones.
El comienzo de la película sienta el tono de lo que vendrá. Dice que Bush llegó injustamente al poder, tras unas elecciones manipuladas. La primera imagen retrata a Albert Gore recibiendo el caluroso apoyo de sus seguidores, mientras el narrador, el propio Michael Moore, se pregunta si la victoria de Al Gore no fue nada más que un sueño. Pero las imágenes no son de celebración de la victoria, como se sugiere, sino anteriores a que se contara un solo voto[1]. Primera imagen, primera manipulación. Vendrán muchas a lo largo de las dos horas de docuficción.
Gore ganó las elecciones, dice Moore. Las pruebas son las siguientes: el Gobernador de Florida, Estado en el que se jugó la elección, es su hermano Jeb (imagen de George con su hermano, diciendo ¿Sabes qué? Vamos a ganar en Florida). La jefa de campaña del republicano es la encargada de contratar la empresa que cuenta los votos. Luego cita a un hombre al que llama uno de los numerosos investigadores independientes, del que él parece ser un fiel representante. Dice: Si hubiera habido un recuento estatal, en cualquier escenario, hubiera ganado Al Gore. Y punto. Dos datos, la opinión de un experto (en representación de todos los demás) y tanto Moore como el espectador deseoso del autoengaño encantados. Pero hay más porque, de acuerdo con la película, según las encuestas todas las cadenas habían dado como ganador a Gore. Pero el órgano de la conspiración derechista Fox News cambiaría de opinión indicando que el ganador sería George Bush lo que, como sugiere Moore, sería un apoyo indirecto al ahora Presidente. Lo que no cuenta Moore es, en primer lugar, que no fue la cadena Fox News la acreedora al éxito periodístico de ser la primera en adelantar lo que luego pasó, que corresponde a
Pero, ¿cómo se sucedieron los hechos? Moore no nos lo cuenta. Bush ganó el primer recuento, con una diferencia de menos de medio punto porcentual, lo que obligaba por ley a un segundo recuento, que se hizo, de nuevo con victoria para el republicano, de nuevo con una minoría exigua. Llegados a ese punto, es la mujer a la que aludía Moore la que por ley tuvo la potestad de ordenar un tercer y último recuento, a lo que se opuso. Los demócratas llevaron la decisión a juicio y el tribunal, de mayoría demócrata, dijo que donde la ley dice que ella tiene la potestad de ordenar un tercer recuento, en realidad lo que ha de interpretarse es que tiene la obligación de ordenarlo. Así que hubo un tercer recuento, una tercera victoria de George W. Bush. Pero Moore lo que nos cuenta es la velada acusación de manipulación de los republicanos y la declaración de solo uno de los numerosos investigadores independientes que presume una victoria de Al Gore si el tercer recuento no se hubiera hecho sólo en los sitios donde había dudas, sino en todo el Estado. Un estudio de seis meses llevado a cabo por los principales periódicos de Florida mostró que la victoria hubiera sido, de todos modos, para George W. Bush. No han pasado cinco minutos de la larga Farenheit 9/11 y el número de manipulaciones es ya preocupante.
Mr. Bush, encuentre un trabajo de verdad
La sesión de ataques ad hominem comienza con la acusación de que Bush es un vago. Algo parecido a nuestros Austrias en plena decadencia española, con caza y todo, golf añadido. El dato: en los ocho meses de ejercicio anteriores al 11 de septiembre Bush pasó fuera de Washington (lo que Moore llama vacaciones) el 42% del tiempo. El supuesto holgazán responde a un periodista no conocen la definición de trabajo. Estoy sacando mucho trabajo adelante. Es más, no necesitas estar en Washington para estar trabajando. Es asombroso lo que puede ocurrir con teléfonos, faxes, y… La respuesta es impecable. ¿Por qué le acusa Moore de vago simplemente porque no haga su trabajo en Washington más que un 59% de su tiempo? La respuesta nos la ofrece el propio director, cuando ofrece un corte de un breve intercambio entre los dos, que se dicen:-Gobernador Bush, soy Michael Moore, a lo que Bush hijo responde–Pórtese bien ¿vale?; y encuentre un trabajo de verdad. Bush había acusado a Moore de vago y éste no lo iba a dejar aquí. La venganza convertida en argumento. El 42% del tiempo que Moore cita de vacaciones incluye fines de semana y estancias en Camp David, donde despacha asuntos como la visita del primer ministro británico, Tony Blair. Moore retrata al Presidente americano jugando al golf y hablando de los ataques terroristas, que el espectador piensa que son los de Al Qaeda. Lo que no sabe por la película es que acababa de haber un atentado en Israel y que es a esos a los que se refiere, y por los que convoca a la prensa, a la que da un comunicado de condena.
Otro argumento ad hominem, de nuevo falso. El cineasta crea a un George W. Bush miembro de la elite económica, al retratarle en una costosísima cena de recaudación de fondos para la caridad. La cena es de etiqueta blanca, y en su discurso dice George W. Bush: vosotros sois mi base. Moore no menciona que Al Gore estaba en la misma cena benéfica ni considera que son habituales las bromas de ese tipo. Ni menciona los 900.000 dólares recaudados para una causa benéfica. Lo importante es echarle del poder, conseguir que llegue al él quien se convertiría en el Presidente más rico en los últimos 100 años después de John F. Kennedy. Apoyado además por la familia Rockefeller y George Soros, quien, por medio de su MoveOn.org ha llamado a ver el panfleto del cineasta. Quien sería vicepresidente con Kerry, John Edwards, tiene más dinero que George W. Bush y Dick Cheney juntos. Pero es Bush el que pertenece a la elite del dinero.
El 11 de septiembre
Moore trata el momento del atentado contra las torres gemelas con maestría y con buen gusto, que contrasta con el resto de la cinta. No saca en ningún momento a las torres cayendo, o a quienes saltaban, desesperados, de ellas; pero sí la horrorizada y atónita mirada de los neoyorkinos ante lo que está pasando. Antes, se ha reído de Bush, John Ashcroft, Paul Wolfowitz y Condi Rice sacando largos planos de ellos frente a las cámaras, antes de salir al aire, lo que convierte lo que podría haber sido un buen punto de vista de los atentados en un instrumento más de su farsa. Y entonces llega uno de los más impactantes momentos de la película. Cuenta cómo el Presidente se baja del coche oficial para visitar un colegio elemental de Florida, informado del primer impacto del avión contra la primera torre. Una vez en el colegio el Jefe de Gabinete entra en el aula y le dice a Mr Bush que la nación está siendo atacada. Sin saber qué hacer, sin decir a nadie qué hacer, sin que el Servicio Secreto se lo lleve a un sitio seguro, Mr. Bush estaba ahí sentado, leyendo My Pet Goat con los niños. Pasaron casi siete minutos sin que nadie hiciera nada. Cabe preguntarse ¿Qué tenía este hombre en la cabeza durante estos siete minutos? Moore sugiere varias respuestas: El malo que quiso matar a mi padre, los talibanes que visitaron Tejas cuando yo era gobernador, o los saudíes, con los que mi padre y yo tenemos negocios. Sugiere que podría pensar en ese informe secreto que le entregaron en agosto, y que decía que Osama ben Laden podría estar pensando en atacar el país secuestrando aviones. Una respuesta posible es que no quería, de haber reaccionado abandonando inmediatamente el aula, que Moore le acusara de reaccionar fanáticamente como un desequilibrado que solo quiere la guerra. Como de hecho hubiera sido el caso.
Entre golpe de golf y escopetazo de cacería, sugiere Moore, Bush no encontraría tiempo para leer un informe que según el cineasta decía que Osama ben Laden estaba planeando atacar America por medio del secuestro de aviones. En realidad lo que decía el informe es que el FBI no ha podido corroborar tal amenaza. Es falso que alegara que la vaguedad del título del informe fuera la causa de que no lo leyera, de lo que además no hay pruebas. Más adelante acusará al Presidente de permitir el 11 de septiembre por conspirador necesario, cuando lo acaba de hacer por vago. Una doble acusación contradictoria, argumento al que Moore va a recurrir en varias ocasiones.
Bush y sus amigos, responsables del ataque
Expuesto el ataque terrorista contra los Estados Unidos, Michael Moore relaciona a Osama ben Laden con George W. Bush. La tarea no es fácil, pero para el cineasta nunca demasiado complicado, y en una parte que ocupa muchos minutos sumará todos los elementos con que cuenta para convencer al espectador de que W., está detrás de estos ataques. El esquema es el siguiente. Él y su padre tienen una estrecha relación con la oligarquía saudí y con los ben Laden en particular. Éstos, además, nunca han cortado los lazos con Osama, por lo que deja asentada la relación entre el 43 Presidente y el terrorista más buscado desde hace una década. Y en tercer lugar expone toda una trama que llevaría al Presidente y su entorno enriquecerse gracias a los conflictos de Afganistán e Irak, siempre respetando los intereses saudíes y de Al Qaeda, y con evidente desprecio de las vidas de los soldados (americanos, porque no se ven otros en Fahrenheit 9/11) y la población civil irakí. Una teoría fantástica que va construyendo con varios argumentos que vamos a mirar aquí de cerca.
Parte de que en la moratoria en los vuelos internacionales hubo una excepción: al menos seis jets privados y casi dos docenas de aviones comerciales llevaron a 142 saudíes, incluidos 24 miembros de la familia ben Laden, (a quienes) se les permitió abandonar el país. Y ello sin que el FBI se molestara en interrogarles o investigarles. Como sabemos por el informe de
Moore sabe, porque él no se permite otra respuesta, que George W. Bush es culpable. Lo supo siempre. Tenía que encontrar las pruebas y las ha ido buscando. Cuando todo empezaba a apuntar a Osama ben Laden, Michael Moore adoptó una postura cínica, diciendo que en realidad no había pruebas de su participación (incluso cuando ya se estaban acumulando) y que por tanto no se le podía acusar. Había que darle el beneficio de la duda. Una postura muy americana, se podría decir. Pero descubrió de la relación de los Bush con los ben Laden, y en ese momento ni actitud americana, ni beneficio de la duda, ni presunción de inocencia ni nada. Ben Laden, ese amigo de George W. Bush, era el hombre más culpable sobre la faz de la tierra. Acaso el segundo más culpable, detrás de W[4].
Moore acusa a Bush de ser desertor de
La cosa no se queda ahí. Uno de los principales activos de Arbusto era la compañía Harken. Siendo su padre ya presidente, recibió un informe de los abogados, advirtiéndole a él y otros dirigentes de la compañía que no vendieran las acciones si habían tenido informaciones desfavorables sobre la marcha de la empresa, porque podría levantar las sospechas de
La relación no se agota ahí, según lo contado por el comediante. Padre e hijo trabajaban para Carlyle Group, compañía participada por los Ben Laden, que invierte en industrias muy reguladas por el gobierno, como las telecomunicaciones, la sanidad y particularmente la defensa. Ya sabemos que la regulación es un foco de corrupción, y eso es precisamente lo que sugiere Moore. El Carlyle Group era la 11ª compañía que más contrataba en defensa con los Estados Unidos. El 11 de septiembre garantizaba que (…) iba a ser un buen año. Entonces el director se pregunta, a quién van a hacer más caso los Bush. A quienes les han votado tres veces democráticamente como Presidentes de los Estados Unidos, o a los saudíes, que han invertido en ellos, sus amigos y sus negocios en común 1.400 millones de dólares. La respuesta para Moore es obvia. Pero la verdad, cómo esperar otra cosa, difiere mucho de lo sugerido por el director. El 80% de esa cantidad, 1.180 millones de dólares, los ha sacado de un contrato de la compañía BDM, propiedad del grupo Carlyle. Pero Carlyle vendió la empresa a otro grupo antes de que Bush padre pasara a formar parte del consejo asesor del grupo. Bush padre nunca tuvo ninguna relación con BDM. Por otro lado, la relación entre el primer Bush Presidente de los Estados Unidos y el Grupo Carlyle es la misma que tienen otros demócratas americanos con esta corporación, así como con otras empresas, y en el grupo Carlyle invierte, entre otros, George Soros, declarado enemigo del actual Presidente. La influencia de la corporación en la administración de Bush hijo no debe de ser decisiva, cuando éste canceló los obuses autopropulsados Crusader, uno de los pocos recortes en materia de gasto militar decididos por W., lo que supuso un enorme revés económico para la compañía[5]. Me pregunto si otro cineasta llegará a una teoría conspiratoria entre Michael Moore y el grupo Carlyle, dado que está metida en el proceloso negocio del cine y de hecho posee una gran parte de las 300 salas donde se pasa Fahrenheit 9/11.
Como lo de los vuelos, Bath, Carlyle, no le parece suficiente, vuelve a la carga con otro argumento, ahora más vago. Llama a Craig Unger[6] quien dice que los saudíes poseen 0,86 billones de dólares invertidos en la economía estadounidense lo que le lleva a decir al cineasta y economista Michael Moore que los saudíes poseen el 7% de América. El dato de los 0,86 billones de dólares, ficticio, representaría el 7% del total de la inversión extranjera en los Estados Unidos, de unos 10 billones de dólares. No del total de la economía, que incluye lo que los propios americanos poseen en su país. Entonces se sitúa frente a la embajada de Arabia Saudita, de la que sugiere una protección especial. Falso una vez más; tiene protección en cumplimiento de un tratado internacional firmado por los Estados Unidos y que requiere que los el gobierno estadounidense ofrezca protección a cualquier embajada que lo solicite.
Todo ello para probar que son los saudíes quienes rigen la política exterior estadounidense. Un papel de manipuladores en la sombra que generalmente se asigna a los judíos, en ambos casos sin tener en cuenta la heterogénea realidad que se esconde tras esas palabras[7]. Pero entonces, cabe preguntarse, ¿Cómo es posible que éste haya seguido una política en ocasiones diametralmente opuesta a los intereses saudíes? Bush decidió acabar con el régimen taliban en Kabul, apoyado fuertemente por Riyad, así como con Irak. Lo último que le conviene a la interesadísima oligarquía saudita es la recuperación de la producción de petróleo de Irak, mermada bajo el régimen de Sadam. Para ser un esclavo de los intereses del país de la península arábiga, George W. Bush ha mostrado bastante independencia.
Moore relata que dos días más tarde del 11 de septiembre, Bush hijo cita a su padre y al embajador de Arabia Saudita en los Estados Unidos a una cena en
La alegada relación de los Bush con los saudíes y los ben Laden se queda en nada, como hemos visto. Pero ¿Y la relación de Osama con el resto de la familia? La única prueba que ofrece Moore, experto mediante, es que algunos miembros de la familia acudieron a la boda de uno de sus hijos. ¡Ajá! Habrá exclamado el cineasta cuando supo de este dato. Hubo primos, tíos ben Laden que acudieron a la boda. Suficiente como para que Osama sea uno más en la familia. Un ser amado y respetado. Es más, alguien con quien conviene aliarse y planear cosas en conjunto. Este nudo de la relación a que Moore nos quiere llevar del Presidente Bush a Osama ben Laden es incluso más débil que el primero. Y sobre la reciente relación de Al Qaeda con el régimen de Riyad dan buena prueba las recientes bombas colocadas por la organización terrorista en Arabia Saudita.
Y en este momento, Clarke añade otro dato importante. Se queja de la escasez de efectivos en Afganistán, 11.000, menos, dice, que policías en Manhattan. Es más, no entrarían en la zona ocupada por Al Qaeda durante dos meses. Pero el propio Moore había criticado en Bowling for Columbine el envío de tropas a Afganistán (era la época en la que Osama era inocente en la mente de Moore) que ahora le parece insuficiente. Pero no hablemos del pasado; si se puede acusar a Bush por una cosa y la contraria, confiado en que el espectador medio está tan fanatizado como el propio Moore, mucho mejor. Así no tendrá escapatoria. Porque es seguro que si el número de tropas enviadas hubiera sido mucho mayor, Moore habría destacado el enorme coste del envío, los fabulosos contratos a su costa, el número de muertos de la indefensa población civil y de los soldados americanos y las afligidas madres americanas. Moore ha hecho la crítica contraria, sin hacer referencia a la mejoría de las libertades en Afganistán desde la caída de los Talibán, la vuelta de millón y medio de refugiados, la destrucción de las bases de Al Qaeda o una nueva constitución democrática. Por otro lado, critica el escaso envío de tropas, no solo a Afganistán, sino a Irak donde no se ha conseguido un efectivo control, pero hace lo mismo con el proceso de reclutamiento. ¿De dónde cree Moore que salen las tropas?
Relaciona a Bush con los Talibán por el hecho de que éstos visitaron Tejas cuando él era Gobernador. Fueron allí para contratar los servicios de una empresa, Uncoal, para que construyera un gaseoducto que transportara el mineral desde el mar Caspio. El día en que esta empresa consigue el contrato, otra obtendría un contrato para la perforación en el mar Caspio. Halliburton, presidida por Dick Cheney. Otro de los beneficiados por la construcción del gaseoducto sería Kenneth Lay, primer contribuyente a la campaña de Bush. Moore añade que el elegido como primer presidente del Afganistán post Taliban es Hamid Karzai, anterior consejero de la compañía Uncoal. Según Moore, es decir, que es mentira. Lo que no cuenta Moore es que Uncoal, si bien estuvo estudiando esa posibilidad a mediados de los
El FBI nunca supo que varios sospechosos de ser miembros de Al Qaeda estaban recibiendo instrucción de vuelo. Tampoco es cierto que John Ashcroft[8] recortara los fondos contraterroristas. El único recorte que hizo fue en un programa que había dejado dinero sin utilizar durante los dos años anteriores. Moore acusa a Bush de ordenar el cierre de hospitales de veteranos. ¡Lo que es cierto! Pero también lo es que ordenó la apertura de otros nuevos, sépanlo quienes han visto la película. El director solicitó al guitarrista de The Who Peter Townshend que le permitiera incluir en la docuficción el tema Won’t Get Fooled Again, a lo que Townshend se negó porque no le gustaron sus anteriores películas Roger and Me y Bowling for Columbine. Moore, en su amplio esquema mental, ha concluido que el motivo para que Townshend no cediera a la petición de este es que el guitarrista está a favor de la guerra. Townshend se siente manipulado por algunas afirmaciones del director sobre él, ya que entre otras cosas si bien apoyó la guerra en un principio, ahora no está seguro de que la decisión fuera correcta.
Irak no es, en Fahrenheit 9/11, un país regido por un genocida. Las imágenes muestran un país pacífico, donde los niños juegan alegre y despreocupadamente en la calle, la gente se casa, camina plácidamente por la ciudad. No podrían hacerlo el sexto de la población que ha huído del país y con él de la tiranía de Hussein. No se refiere a los 23 años de dictadura genocida, sino que en este momento es un país soberano, que nunca ha atacado a los Estados Unidos. No es que Moore no haga mención del sangriento Saddam. Pero para recordar los crímenes del iraquí espera al momento en que cuenta del apoyo de los Estados Unidos al régimen, frente al régimen teocrático del Ayalotá Jomeini. Al que de todos modos Moore no hace referencia, no vaya a ser que el espectador pudiera albergar una duda razonable sobre la política exterior estadounidense en este punto.
Pero volviendo al Irak idílico anterior a la segunda guerra del Golfo, Moore dice que el régimen no asesinó o amenazó a ningún americano. Solo una de las varias mentiras de la cinta, ya que Irak era refugio no solo de inocentes niños que juegan en la calle, sino de terroristas como Abu Nidal, Abu Mussab Al-Zarqawi, o el terrorista que construyó la bomba que estalló en el World Trade Center en 1993, además de financiar terroristas palestinos suicidas. La invasión de Kuwait por Irak resultó, entre otras cosas, en el secuestro de numerosos occidentales. Sadam estuvo negociando en la primavera de 2003 en negociaciones secretas en Siria la compra del sistema de misiles y de producción de los mismos a Corea del Norte. La relación entre el régimen de Irak y Al Qaeda está muy documentada, por ejemplo en el informe de
Un periodista de
La guerra y Al Qaeda
Y en vivo contraste con el idílico Irak de Moore, éste nos cuenta, con crudeza, lo peor de la guerra, que es a la vez su esencia. El Estado en su mejor expresión. El efecto en el espectador es demoledor. Imágenes de muertos y heridos, los civiles llorando sus muertos y clamando justicia, los soldados estadounidenses (nunca los iraquíes) bien diciendo tonterías, bien hablando del horror de la guerra y que llegan al espectador en el mismo momento en que oye pronunciar a Bush objetivos selectivos. Pese a que los muertos militares iraquíes fueron mucho más numerosos que los civiles, no aparece ninguno en la cinta. Lo que sí aparece es la voladura de varios edificios por los americanos; dedicados a fines militares, y no a las viviendas de civiles, como se desprende de la docuficción. El espectador al que va dirigido el documental, el tonto hasta la vergüenza, dice Moore, que saldrá encantado después de dos horas de mentiras, por lo general es muy crítico con una supuesta (o real) displicencia americana hacia el resto de los países. Pero se reirá a base de bien en un montaje en el que Moore literalmente se ríe de varios países que forman parte de la coalición, y de sus costubres. Son Palau, Costa Rica, Rumanía (a la que se refiere con una imagen de una vieja película sobre el Conde Drácula), Islandia o Marruecos. De este último país se mofa, porque ofreció el envío de 2.000 monos para la detección de minas antipersona.
Moore acusa a
Moore en lo que mejor sabe hacer. Todo este horror, nos dice el director, tenía el apoyo de los estadounidenses porque el propio Presidente les había arrastrado a ello. En uno de los típicos montajes suyos, edita imágenes de Bush de varios discursos, cogiendo exclusivamente las palabras Saddam/Al Qaeda/Saddam/Al Qaeda/Saddam/Al Qaeda… Antes lo había hecho con armas nucleares/armas nucleares/armas nucleares… tiene armas químicas/las tiene/las tiene… Moore en su salsa. La edición y la manipulación del espectador, que por lo general es lo que espera y desea. Y tiene para quedar más que satisfecho. Para hacer ver que
El amor se convierte en odio
Entonces la película da un giro y le da a su vez un respiro al espectador. Se centra en la persona de Lila Lipscomb, una demócrata conservadora, que pierde a su hijo en la guerra. Es una mujer entrañable y su tremendo drama personal conmueve inevitablemente al espectador. Si el director supiera del significado de la honradez y el respeto a la verdad, yo no tendría el desagradable convencimiento de que Lila Lipscomb es un elemento más en la sesión de odio ideada por Moore. En un momento se ve a Lila Lipscomb diciendo estoy triste por mi familia, porque hemos perdido a nuestro hijo. Pero realmente lo siento por las otras familias que están perdiendo a sus chicos mientras estamos hablando. ¿Y por qué? Esta es, creo, la parte más enfermiza. ¿Por qué? Y Moore nos coloca un anuncio de la compañía Halliburton, participada por Dick Cheney, y a la que ya hemos hecho referencia. De ahí a un directivo de la compañía que dice que están haciendo un buen trabajo atendiendo a los soldados en Irak, y de nuevo al vicepresidente Cheney. La compasión por los familiares de la víctima. Se señala a quién se beneficia directamente de la guerra. El espectador está ya preparado para su odio, precisamente cuando Lila Lipscomb da rienda suelta al enorme dolor que le aflige. Moore se la lleva a
Es un momento de la película este, en el que Moore dice apoyar al ejército de los Estados Unidos. Al fin y al cabo se quiere beneficiar de la enorme simpatía que despierta Lila Lipscomb. Pero el ejército de los Estados Unidos tiene enemigos. Entre ellos el ejército de Saddam que estaba defendiendo su tiranía frente a la invasión americana. Moore lo ve así, fuera de la película: “Los iraquíes que se han alzado contra la invasión no son ‘insurgentes’ o ‘terroristas’ o ‘el enemigo’. Son la revolución, la reserva, su número crecerá y vencerán”. El cineasta confundió sus deseos con la realidad y Saddam no solo perdió sino que está en manos de la justicia iraquí. Dado el contenido antiamericano, es hasta demasiado lógico que el distribuidor de la cinta en Oriente Medio haya recibido la llamada de grupos relacionados con Hezbollah en el Líbano ofreciendo su ayuda, que ha aceptado. Un enemigo común une mucho.
Alterado el ánimo del espectador, Moore introduce uno de esos trucos callejeros que son ya legendarios. Asalta a varios congresistas para darles información sobre el reclutamiento, para que se la den a sus hijos, a la vista de que uno de los hijos de un congresista ha sido enviado al frente. La verdad es dos hijos de dos congresistas están en el ejército, en contra de lo afirmado por Moore (además de un hijo de John Ashcroft y de tres Representantes). Muchos más están en la reserva. El paroxismo de la demagogia, a la que ningún congresista ha sabido responder con un mire, señor Moore, mi hijo es mayor de edad, sabe perfectamente las opciones que tiene en la vida y la libertad de elegir la que más le convenga. Al menos ninguno que nos haya mostrado el cineasta. Porque de hecho saca al senador republicano Mark Kennedy rehuyendo la respuesta, pero más tarde este no solo respondió sino que dijo que era muy buena idea, además de ofrecerle ayuda. El senador republicano Porter Gross dice que tiene un número 800, los que aceptan llamadas sin cargo, y Moore dice que es mentira. En realidad tiene un 877, que como otros muchos que comienzan con 800 y pico, es gratuito. A ello hay que añadir que 101 de los 435 Representantes y 36 de los 100 senadores han servido en el Ejército estadounidense.
1 comentario:
Ay dio...y precisamente en este momento me estoy leyendo "Estúpidos hombres blancos". Y me estaba gustando y me estaba divirtiendo hasta que se me ocurre por esas casualidades de la vida leer esta entrada en el blogg de mi hermanita.
No me queda más remedio que decir gracias. Y que conste: pienso terminar de leer "Estúpidos hombres blancos" pero lo leeré a partir de ahora con los ojos abiertos y una perenne sonrisa en mi boca.
Gracias otra vez.
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